eSte Es uN EsPAcio rEduCiDo De lIBertaD cReaTiva y EspeRanZa aL TrAn...

sin ninguna referencia de ná

La fría angustia que emerge detrás de las cortinas del aire, se puede solventar con un chorro de inteligencia buena y el calor, que nace de los estímulos incandescentes de la vida, en el proceso infinito del vagar de las estrellas.

La candela puede comprender tus manos aprendiendo un oficio imaginable, y sentir (claro que se puede sentir) sentir con claridad todo aquello que haces y permutas y escoges y clamas y reinventas a partir de los elementos que te envuelven –en el ruido cotidiano del reloj- entre la brisa que lleva mariposas amargas y silencios acompasados, y esas lucecitas y también sombras.

Si a tu corazón le gusta asomarse a los abismos –como las miradillas que abandonan la seguridad de los portales- no te pienses primo/a que te encuentras ahí sólo/a. Recuerda que existe un cielo y un sueño y una tierra colmada de inciertos desafíos; y en mitad está tu mente, y todo aquello que genera: tus actos o tu indolencia…

Tu mente y la razón que ciñe todos los universos ajenos.

jueves, 24 de abril de 2014

Diario de una perra en Argentina (Semana 46)

SEMANA 46

Día 316

(El sueño)

Huelo los sueños de Javi. Esta noche ha viajado de nuevo a la gran cordillera y subía a las cumbres nevadas conmigo y con Che. El paisaje mutaba con la luz del sol y los escarpados, las quebradas y los valles se abrazaban hasta confundir nuestra mirada. Arriba nos hemos encontrado con la estrella. Laurita ha venido volando sobre un cóndor, con la ropa de colores y una sonrisa resplandeciente. Después del encuentro hemos caminado con ella hasta un paso entre dos montañas tras el cual el entorno se tornaba diferente y no. Estábamos en las inmediaciones de nuestro antiguo pueblo, de nuestra tierra, como si hubiéramos atravesado una puerta invisible en la que la distancia se ciñera a nuestras conjeturas. Naquel ha salido a recibiros y enseguida hemos llegado a un campo rodeado de robles donde unos cuantos caballos corrían libremente o pastaban con calma. Javi ha silbado y los caballos se han acercado hasta nosotros. Ha montado sobre uno y ha empezado a hacer círculos a nuestro alrededor. Luego ha galopado entre las jaras, saltando varios muros de piedra y pizarra, hasta desaparecer de nuestra vista. En ese momento hemos distinguido una furgoneta enorme cruzando la plaza y al alcanzar las dehesas han empezado a bajar de ella un grupo de humanos especiales. Laurita los ha recibido y ha ido a acercándose con ellos para que acariciaran a los caballos. El viento soplaba del sur y el sol hacía brillar las copas de los árboles y la hierba. La estrellita brillaba y Che Lokita y yo saltábamos de alegría a su alrededor.

Javi ha despertado y se ha marchado a trabajar. Yo me he quedado atada con la cadena en el patio, aguardando con paciencia su retorno. El cielo amenazaba lluvia y la tierra anticipaba las horas pues ya huele a mojado. Se me cierran los ojos hecha una bola sobre el viejo colchón. Los sueños se luchan, se respiran, se viven, y por supuesto, también se comparten.



Día 317

(Trabajo con Pedro)

Hoy me ido con Javi a su trabajo. Al quedarme en el patio atada he cerrado los ojos y me he prendido al instante de los suyos. Es la primera vez que consigo esto en un acto cotidiano, y supongo que ha sucedido porque Javi y yo hemos logrado pasar a un nuevo nivel en nuestra relación afectiva. De este modo he podido comprobar cómo trabaja con Pedro y con los humanos especiales.

Nada más llegar le ha soltado para bajar su energía mientras algunos de los humanos limpiaban su casa, a la que llaman cucha, barriendo las hojas de los árboles, quitando las cacas, cambiando el agua de los baldes y poniéndole un poco de pienso en su cuenco. Después de un pequeño descanso, en los que los humanos han estado tomando todos juntos una infusión y unas galletas y Javi fumándose un cigarro y charlando con algunos de sus compañeros, han vuelto a la labor, que ahora se dirigía hacia el contacto con Pedro. Con los humanos especiales, más especiales de todos, es decir, los más complicados, trata de crear un espacio de comunicación sensorial a través del acercamiento visual y táctil, sintiendo su pelo y su calor, rascándole las orejas y la tripa, notando sus lametazos. Algunos se reían y otros parecían asustarse, aunque poco a poco Javi los iba presentando, sin forzar ni a unos ni al otro. Pedro trabaja muy bien y es muy bueno con los humanos especiales. Le ha hecho caso a Javi en todo momento y se nota que han estado trabajando mucho en su adiestramiento. Después de la hora del almuerzo con otro grupo de humanos especiales han ido a pasearle. En esto se turnaban y Javi les enseñaba a llevar la correa, a hacerse respetar y a dirigirle. Más tarde han estado jugando a tirarle la pelota y a correr con un premio en sus manos para llamarle desde lejos por su nombre. Por último le han cepillado, llevándole todos juntos a su casita, ya para despedirse de él hasta mañana. Antes de terminar se ha llevado después a los más conscientes o problemáticos para hacer terapia individual. En ella abordaban los miedos y el resto de sentimientos con dinámicas estructuradas, siempre aprovechando la presencia de Pedro y su energía. Todos los humanos especiales han disfrutado en mayor o menor grado las distintas actividades y a mí me ha encantado contemplar cómo trabaja. Tal vez algún día pueda trabajar de nuevo con él. Aún recuerdo cuando trabajaba Javi con los cachorros grandes y sus familias. A veces me llevaba para conocerles y creo que eso le servía para evaluar sus problemas y establecer una senda para conseguir que se sintieran mejor.

Cuando ha terminado el turno, aún se ha quedado un rato con Pedro para entrenarle y abordar nuevos juegos que irán poniendo en práctica. Pedro debe quererle mucho. Me lo dicen sus ojos y el movimiento constante de su rabo. Y Javi lo está aprendiendo todo de él. Es como un trueque de cariño, conocimiento y disciplina.



Día 318

(Los perros del barrio empiezan a respetarme)

Hay un perrito cojo con el que juego casi todas las tardes en los descampados de la villa. Javi le llama Chusta y me gusta porque aunque lo intenta no me puede alcanzar. Otro tiene la piel llena de heridas que supuran. Javi le compro hace unos días una cura en el hospital de perros y le también llevamos un poco de pienso y parece que comienza a recuperarse un poco. Hay otro grande y negro que cuando llegamos al barrio siempre trataba de morderme. Ayer me pilló despistada al venirme desde atrás y yo me asuste tanto que me revolví mordiéndole una oreja. Algo ha debido cambiar en él pues hoy al verme doblar la esquina del parque, se ha acercado despacio para olerme moviendo el rabo. Los otros perros, al comprobar que su jefe, lo hacía, han actuado igual. Yo me he puesto entonces a jugar corriendo a su alrededor, aunque me han mirado como si no supieran cómo hacerlo y se han marchado a rebuscar entre la basura de las veredas.

Luego hemos estado paseando por algunas calles nuevas y aunque algunos perros me han gruñido detrás de las vallas, al estar más confiada, enseguida se han callado. Poco a poco me voy haciendo a nuestra nueva vida. Sigo echando de menos a Che Lokita, igual que Javi, pero ya nos estamos haciendo a vivir sin ella. En este continuo inexorable, bregamos contra el miedo y la soledad. De este modo resistimos, alcanzando pequeñas alegrías que van alimentando nuestro corazón y colmando nuestra memoria, aprendiendo a construir nuestra vida desde cero, conspirando contra el mundo, forjando en cuanto se puede los optimismos.



Día 319

(La tortilla)

Hoy Javi no ha ido a trabajar y se ha levantado más tarde que de costumbre. Sonaban los despertadores pero él se daba vuelta entre las sábanas sonriendo y llamándome a sus pies antes de dormirse. Después de despertar ha estado componiendo la casa y luego hemos salido a pasear. Durante el paseo Javi ha comprado comida y en cuanto hemos regresado a casa, se ha puesto a teclear.

Le brillaban mucho los ojos. Y es que por suerte, esa tristeza que quiso agarrarnos de nuevo hace unos días se va desprendiendo de nuestra conciencia, tornando a los antiguos propósitos: a la lucha, a la esperanza y a la ilusión.

Por la tarde, cuando el sol ya caía, hemos salido nuevamente a dar una vuelta. La calle estaba llena de humanos, aunque el frío, traído por un viento repentino, la ha vaciado en apenas unos minutos. Ya en casa, mientras yo me acurrucaba en mi manta verde, Javi ha empezado a preparar una tortilla enorme con patata, batata, cebolla, pimiento y calabacín. Le ha llevado la mitad a nuestros vecinos humanos y el resto la ha compartido conmigo.

Es una buena señal que Javi haga una de sus tortillas. Esto quiere decir que convierte su nostalgia de allá en entusiasmo con el acá.



Día 320

(A gusto en casa)

Como respuesta al presente de Javi, la humana vieja y la que lleva gafas nos han traído esta mañana un guiso muy rico para comer. Hemos comido tanto que no ha quedado otra que echarse la siesta para digerir el atracón y hacer nuevo hueco.

Por la tarde hemos ido a pasear hasta el pueblo y Javi ha estado tomando de esa infusión de hierba con el palito de metal sentado bajo un árbol de la plaza mientras escribía versos y fumaba pitillos. En uno decía así:

Un rato después volvíamos a casa, justo cuando parecía que iba a ponerse a llover. Javi ha prendido el calefactor de aire y calor y nos hemos tumbado, yo en la manta verde, y él en la cama. Ya no nos hemos movido de allí. Afuera soplaba ese viento que arrastra las hojas de los árboles haciendo mucho ruido. El frío pretendía colarse por debajo de nuestra puerta pero no lo ha logrado. De estar todavía en la casa-chabola seguro que lo sentiríamos en nuestra piel. Entraría por todos los agujeros de la chapa. En todos los cambios se pierden unas cosas y otras se ganan. En esta casa estamos tan a gusto, protegidos del frío y más seguros. En ella tenemos nuestro nuevo refugio. Esperemos que nada ni nadie venga a arrebatarnos su condición, aunque Javi vela con todo su ímpetu, su mente y sus santos se constituyen, para que ninguna desgracia nos toque, y si nos toca, que la aguardemos firmes y confiados.



Día 321

(Traduzco lo que Javi teclea)

Javi teclea. No existe otra realidad ni otra actitud en todo el día. Tal vez los leves descansos en los que hemos salido a pasear por el barrio y en los que se armaba unos pitillos inmensos han sido una inocente tregua ante su esfuerzo creativo.

Ahí está ahora concentrado, fabricando historias, sueños y quimeras, obrero del ritmo y del tiempo, expresando sus ideas y concepciones más profundas, que no son más que sus sentimientos atrapados en una red de palabras. Puedo oler con nitidez sus intenciones, pues cuando Javi teclea se siente feliz. El torbellino de palabras vibrantes recorre su mente y pugna por concretarse y respirar. Intenta explicar lo que ocurre en nuestra tierra, alzan sobre el barro los porqués, establecen conexiones sutiles que van filtrando los olvidos y unen los desastres y las esperanzas del pasado con las del presente. Estas palabras implican amor, solidaridad, justicia social y libertad, y juntas pretenden de levantar puentes sobre el rencor y de establecer una única consecuencia humana, la igualdad. Sus personajes luchan, iluminando un sendero sombrío, sin descanso, nutriendo de verdad la memoria, y también se mueren.

Javi siente sus muertes como si algo dentro de él también se muriera. Por ello teclea aún un poco más. Para animarse con lo que sigue a la muerte, pues siempre se trata de la vida.



Día 322

(Comparativa)

Primero vivimos en el sitio de los perros, donde lentamente nos hicimos a esta tierra inconcebible y querida, donde nuestros miedos fueron retrocediendo asociados al continuo temporal que nos otorgaban los posibles: el trabajo de Javi con los humanos especiales, la fuerza para romper con lo injusto y la caída posterior, al comprobar los sentimientos turbios de quienes en su día nos acogieron. Allí vivía suelta o compartía el espacio del patio con Noa. Al principio dormía en el viejo colchón pero después lo hacía en el horno. Javi rompía a veces las reglas, sobre todo su la lluvia o el frío se intensificaban, y me colaba a escondidas en su cuarto. Por entonces comencé a oler sus sueños y sus pensamientos, pienso porque él se adentraba en los míos. La pradera fue como saltar al paraíso y a un tiempo al abismo. Para ambos supuso una liberación y también una ruptura con las comodidades a las que estábamos acostumbrados. El trabajo se acumulaba pero resultaba positivo. Nuestra relación con las otras especies crecía en tanto nosotros continuábamos profundizando en la nuestra. Pronto vendría la estrella y con ella mi hermana Che, aunque los problemas con el dueño lo hicieron de corrido. Teníamos libertad para estar sueltas casi todo el día y los árboles imponentes, Negro, el clan de los gansos, las ratas, las gallinas y el gallo, los patos, los pájaros de colores, Pepe y su compañero, los burros, el pony y los animales extraños se convirtieron en nuestra familia. El ecosistema funcionaba pues se mantenía en equilibrio. La utopía se hacía posible, custodiada por la gran carretera, las estrellas distantes y el esfuerzo común. No obstante el mundo humano nos acechaba, simplificado en el dominio de los amos. Vinieron los maltratos y las avaricias para hacer marchitar nuestro sueño.

Hace poco que llegamos a este barrio acogedor y peligroso. A un lado tenemos la pobreza extrema de la villa y al otro la miseria interior de la abundancia. En ninguno de los dos lados nos sentimos totalmente seguros y nuestras intenciones parten para equilibrar este nuevo ecosistema insostenible. Nuestra casa nos protege del frío y de la lluvia y la mente de Javi de cualquier acción irracional. El mundo humano es cambiante y caprichoso. Por ello no sé por cuánto tiempo seguiremos aquí, pues vamos haciendo del movimiento una costumbre. Al fin al cabo vinimos acá para aprender. Y no hay aprendizaje mayor que la adaptación a cualquier cambio. A veces soportar su extensión y otras veces provocarla.

martes, 15 de abril de 2014

Diario de una perra en Argentina (Semanas 43, 44 y 45)

SEMANA 43

Día 295

(Lo que se allega en la luz)

Es como si ella siempre hubiera estado aquí con nosotros; y así ha debido ser. Laurita se despereza mientras Javi teclea un rato en su pantalla y las sabanas se le pegan por el cuerpo. Su interior huele a cariño impuro y, de tan cerca, pues me he subido hace un rato en la cama con ella, puedo oler también los aromas que ha traído de nuestra tierra y que Javi asimismo percibía anoche en las entretelas de su pelo mientras dormía y hablaba en sueños. Las horas han transcurrido felices, levemente ensombrecidas por la ausencia de Che y el estruendo de algunos vecinos humanos entregados al trabajo de sobrevivir sin hacer nada. Algo preparan los dos. Sus gestos les delatan, recogen cuestiones de la orilla desconocida y las mandan al otro lado; yo les ayudo moviendo el rabo y esparciendo gruñidos de regocijo. El día ha sido espléndido, aunque por la tarde se han reunido algunas nubes sobre las casas del pueblo sin que la lluvia haya sido su desenlace. Javi y Laurita se aman, se desean, van de la cama a la cocina, comen algún bocado, después me llaman al colchón para cosquillarme la tripa, miran por detrás de las cortinas, aguardan que el tiempo se confunda y les salpique; se ríen conscientes que la risa supone la mejor forma de aniquilar los estragos individuales, platican con los ojos brillantes, las manos sueltas, los dedos divertidos y el corazón libre.

Ahora Javi teclea de nuevo en tanto Laurita sueña con paisajes imposibles, semejantes a los que Javi soñó alguna vez cuando aún vivíamos en la pradera. ¿Será que los humanos pueden compartir sus sueños? Me acerco a él buscando sus caricias y su rostro regresa de quien sabe dónde. Se escucha un ladrido afuera en la calle y Javi piensa que se trata de Che. Entonces me mira… Y su mirada quiere abarcar el porvenir sin lograrlo.



Día 296

(El comienzo de un inmenso viaje)

Hoy nos hemos levantado temprano. Javi se hay marchado al poco tiempo y yo me he quedado con Laurita en casa, en verdad las dos dormitando un rato hasta que ella se ha activado. Se ha puesto a componer la casa y a preparar las mochilas. Sus ojos brillantes destellaban sobre los cacharros de la cocina y justo cuando me sacaba a la calle Javi ha regresado manejando un coche blanco, primo hermano de aquel que hace un tiempo nos llevara a San Pedro y Baradero en la primera venida de la estrella. Enseguida Laurita copaba con mochilas y utensilios el maletero mientras Javi extendía la enorme manta verde por los asientos traseros y el suelo. En apenas unos minutos Javi cerraba la puerta de casa y todos hemos subido al coche para tomar unas cuantas calles hasta salir del pueblo e ir a echar nafta en la gasolinera a la que Javi siempre iba cuando vivíamos en la pradera para hablar con los suyos. Ellos han desayunado luego en tanto yo me he quedado dentro, algo nerviosa y atenta a todos sus movimientos. Más tarde comenzábamos el viaje por la gran carretera hacia arriba, hacia el noroeste. Javi parecía disfrutar conduciendo, pues le gusta mucho conducir, y aunque le encanta la bicicleta, lo echa mucho de menos. Su mirada atenta, dulce, y el olor de sus pensamientos lo explican. Yo me he acurrucado sobre la manta para permitir que los kilómetros pasaran por debajo de mí como sueños incesantes. De cuando en cuando me despertaban las risas o los sonidos extraños que el camino nos ofrecía. Laurita iba armando pitillos a Javi, echando fotografías con la cámara y entrelazando lana con sus agujas. Durante cientos de kilómetros la tierra ha sido pareja, semejante, con horizonte plano; campos eternos, enverdecidos por las lluvias del estío, poblados de flores, de vacas, de caballos, granjas dispersas, casas de chapa y madera, pueblos conectados a la gran carretera por caminos de asfalto horadado, y la primera ciudad Rosario, la cual hemos atravesado porque Javi se ha equivocado al tomar una salida, la segunda, Córdoba a la que ni siquiera hemos intentado entrar. Antes hemos parado en un pueblo llamado Santa María a llenar de nuevo el depósito del coche y para vaciar los nuestros. No es este por lo que parece un viaje para conocer ciudades, sino la inmensidad.

Se han sucedido durante todo el día los árboles, los pájaros que cazan al acecho de los animales atropellados, los peajes, los micros atestados de humanos que se mueven. Sin apenas darnos cuenta hemos hecho ochocientos kilómetros y Javi parece ahora dispuesto a seguir. El sol comienza a evadirse por detrás de los campos eternos como si sintiera la llamada de la tierra. Así, la noche nos sorprende en la carretera, pero Javi continúa sin darse tregua. Sabe que en el momento que pare todo se le vendrá abajo y el agotamiento le agarrará el cuerpo desde los pies a la frente. Seguimos la estela de un vehículo colectivo cuyas luces traseras nos permiten respirar la completa obscuridad del campo. En esta zona apenas hay pueblos y las estrellas se ven nítidas allá arriba. La cuestión es que cómo llevamos una con nosotros no nos preocupan las tinieblas. Laurita suspira armando los últimos pitillos. Un perro se cruza en la carretera para avisarnos que la muerte también es posible, aunque nuestros santos nos protegen sin duda. Por fin se distinguen las luces de un pueblo y como tiene gasolinera y esto debe resultar oportuno, nos paramos para pernoctar. En el pueblo hay mucho bullicio y a la izquierda de la carretera hay un parque enorme. Javi da el intermitente y aparca. Sonríe estirando sus brazos antes de besar a Laurita y acariciarme la cabeza. El pueblo se llama Lorena, y de él no conocemos nada. Únicamente que va a ser nuestra primera escala en este viaje. Mil dieciocho kilómetros por la ruta 9 desde Escobar. Ya es hora de descansar un poco, de comer algo, de estirar las piernas y dormir en lo posible para proseguir con el viaje mañana. Yo me he pasado casi todo el viaje durmiendo, captando levemente con mi nariz todo lo descrito a través de los pensamientos de Laurita y Javi. No voy a tener problema alguno en volver a dormirme unas cuantas horas. Esta es una buena capacidad para una perra enamorada. Soportar los largos trayectos de la realidad humana.



Día 297

(Rumbo al surnorte por Tafi y Quilmes)

Hemos amanecido en ese pueblo ignoto en el que por la noche nos comían los escarabajos voladores. Javi y Laurita han descansado mal. Hacía mucho calor en el coche y los mosquitos entraban sedientos de sangre por las ventanillas abiertas. Por eso a Javi le duele la espalda y a Laurita las piernas de tenerlas encogidas. Después de desayunar hemos continuado por la ruta 9 hacia el sur-norte llegando primero a Santiago del Estero y después a Termas de Ríohondo. Los paisajes ha empezado a variar de matiz. Estas tierras son más secas que las de Entrerríos, Rosario o Córdoba, aunque siguen siendo llanas, pampeñas de horizonte ininterrumpido. Acurrucada en mi manta apenas he abierto los ojos para observar a mi alrededor. Simplemente iba oliendo las sensaciones que Javi y Laurita se transmitían con palabras, sonrisas o silencios. De pronto Javi ha gritado de alegría al ver una cadena montañosa. Y es que después de llevar casi un año en esta tierra son las primeras que vemos. Laurita va echando algunas fotos y consulta las guías. Parece una locura humana realizar un viaje como este sin mapas ni referencias, pero Javi y Laurita prefieren la libertad al control, el albedrío a la censura. Los kilómetros han ido pasando por debajo de las ruedas de nuestro coche. Fincas, granjas, campos abandonados o sembrados, caminos, pueblos, escuelas, controles policiales… se han ido presentando y quedando atrás. Tucumán aparecía ante nosotros rodeada de grandes cerros, como una puerta hacia las alturas eternas de la gran cordillera de los andes. El aire ha comenzado a oler diferente, pues millones de plantas y flores colmaban mi nariz haciéndome despertar del sueño continuo. Javi y Laurita se han afanado para no dejar escapar detalle alguno. Los rostros humanos se exhibían morenos e indígenas y cada casa era un pequeño jardín repleto de especies exóticas. Dejando la ruta 9, hemos tomado el camino Catamarca para alcanzar poco después el desvío hacia Tafi del Valle. Todo esto podía olerlo en la mente de Javi y Laurita que hacían equipo para no perderse y perdernos por estas carreteras poco señalizadas. En cuanto hemos marchado hacia las montañas la vía se ha vuelto muy estrecha y sinuosa, yendo paralela a un profundo caños por el que corre el Rio Negro. Una selva de yungas, impenetrable nos envolvía y en ella hemos parado una y mil veces para pasear por el río, contemplar el vergel de vida y continuar ascendiendo sin más por aquella serpiente asfaltada hasta llegar arriba. Al coronar el puerto hemos entrado en un valle inmenso. En él hemos podido distinguir a las primeras llamas, los jirones de nubes flotar sobre las aguas de un lago maravilloso y el pueblo de Tafi, trepando por otros cerros nuevos que parecían tocar el cielo con sus cimas escondidas. Poco después de atravesar otro puerto situado a mayor altura el paisaje verde se ha transformado en un paraje desértico dominado por las piedras y por unos extraños árboles que se extendían por las laderas hacia los valles. Eran los mismos que Javi alguna vez había soñado, por lo que el entusiasmo hacía brillar con fuerza sus ojos, contagiando a la estrellita. Son como unos cactus enormes, tan altos como una casa y henchidos de brazos y con piel de pinchos, que se llaman cardones. La tierra oscura se ha ido convirtiendo en arena blanca, semejante a la de una playa y las casas dispersas y los ríos secos transmitían un abandono irreal, tan sólo aparente. La gran cordillera se desplegaba majestuosa ante nosotros, apenas sus primeras estribaciones, pero resultaba tan imponente que nos hacía sentir nuestra insignificancia, devolviéndonos a la humildad y al silencio. Nuestro coche, al que Javi ha bautizaba con ocurrencia como cuarcito, ha cruzado sin detenerse el pueblo de Amaicha para desviarnos por la ruta 40 hacia Quilmes y sus ruinas. Los puestos de artesanía se situaban junto a la carretera y unos peculiares badenes, escarbados en el suelo, nos distraían del espectáculo que nuestras miradas trataban de guardar. Como las ruinas estaban clausuradas y no hemos podido visitar aquellos vestigios de la arcaica cultura andina hemos seguido hacia el surnorte, contemplando los colores cambiantes y los socavones y torrenteras colosales que las lluvias provocan en el terreno. Cuando la luz de la tarde ha comenzado a declinar hemos llegado a Cafayate, un pueblo maravilloso en el que los viñedos nos decían que estábamos en tierras de vino. Sin comprender el porqué desde el principio me he sentido bien en este lugar. Nada más bajar del coche he salido disparada para olisquear las respuestas y de un modo excepcional es como si ya conociera cada rincón y cada perro que lo habita. Suelo ser más medrosa con lo desconocido, pero de alguna forma no podía sentirme aquí abrumada, agobiada o extraña. Javi y Laurita se han sorprendido de verás, y yo misma he de reconocer mi sorpresa. Así, después de alguna intentona frustrada para hallar cobijo, Javi y Laurita han encontrado una casita en las afueras donde pasaremos la noche. El dueño es un humano muy simpático que vive en el piso de arriba y que tiene a su cuidado a una pequeña manada de perros. Luego de dejar las cosas en la habitación hemos ido a pasear por el pueblo y las sensaciones de pertenecer a este sitio han crecido en mí. Juntos hemos recorrido el centro y hemos comprado algo de cenar. El pueblo está inundado de vida y colores, de murales, de niños, de artesanos, de humanos humildes, de paz.

De regreso a nuestra casa improvisada, Javi y Laurita disfrutan del merecido descanso mientras que yo hago acopio del mío. Tengo una cama entera para mí y enseguida me duermo. Laurita viene detrás. Javi fuma pitillos mirando la tele. Debería alcanzarnos para soñar con aquella época primitiva en la cual los seres humanos y los perros manteníamos una relación igualitaria. La gran cordillera nos vigila con su presencia. El viento la cosquilla sin inmutarla. Y ella se ríe sin revelar a dónde nos conducirá mañana.



Día 298

(El cóndor, la quebrada de las conchas y de un salto en Salta hasta Jujuy)

Nos hemos despertado con fuerzas renovadas, con vaivén de sábanas y caricias, y el aseo necesario, ellos con una buena ducha, yo con lametazos penetrantes. Después de que Javi y Laurita improvisaran el desayuno en una ventana y de un último vistazo al pueblo hemos continuado nuestra ruta, dejando la 40 para marchar hacia la ciudad de Salta. Casi nada más arrancar, todavía cerca de Cafayate, nos aguardaba la primera sorpresa, anunciada sin imaginarlo por un pequeño coyote atropellado, un compañero salvaje cuyo corazón libre se topó con la rueda humana de la extinción. Y es que junto a la carretera, como una metáfora viva de la gran cordillera de los Andes, junto a tres pájaros cazadores oportunistas, un enorme pájaro negro, que el pensamiento de Javi cifraba como un imposible, devoraba los restos de algún otro animal muerto. Javi ha detenido a cuarcito de inmediato y se ha adentrado en el desierto para fotografiarlo, pues el pájaro cazador ha extendido sus alas colosales y se ha alejado hacia allí. La alegría y el asombro nos han guiado luego a la quebrada de las conchas, donde hemos estado paseando durante un par de horas, maravillándonos con su composición. Las lascas de piedra roja parecían crecer en la tierra, confundiéndose con los colores de los distintos estratos. Las diferentes especies de cactus y matorrales, entre los algarrobos retorcidos, las torres que la erosión del viento y el agua fueron labrando en los tremendos muros de roca. Ha sido como si hubiéramos estado caminando por otro mundo. Los olores son muy distintos a todos los que yo conocía. Aquí el ser humano no domina y su rastro se pierde al adentrarse en este territorio virgen. Los aromas mutan y se multiplican, las sombras se mueven a cada segundo, el cielo inmenso engulle la verdad. Hemos acabado extasiados del lugar, sedientos y agotados, aunque debíamos continuar nuestro camino; decir adiós a aquella maravilla única.

De nuevo en cuarcito, hemos recorrido la angosta carretera que sigue el cauce del río de las conchas. Las paradas para hacer fotos se han ido repitiendo y el avance por ello ha resultado lento. Apenas unos kilómetros más adelante nos hemos detenido cerca de una imponente grieta abierta en un muro de la montaña. De inmediato hemos sentido el poder que emanaba de su interior y encaminándonos hacia él hemos descubierto que se trata de un emplazamiento místico para la comunidad humana-andina Suri Diaguita, la cual ubica aquí la puerta del inframundo, la boca del infierno, donde los chamanes y los elegidos acuden para entrar en contacto con los dioses, con los espíritus de la cordillera o los seres, que según sus creencias, vienen desde las estrellas. He podido oler la sustancia física de una energía ignota y la sangre derramada en rituales. Una humana de la comunidad le ha regalado a Javi un collar que representa un cóndor, la libertad, después de que le dijera que esta mañana hemos visto uno. Javi, agradecido, le ha comprado unos pendientes de palo santo que llevan dibujado el árbol de la vida para regalárselos a Laurita. Cómo le brillaban los ojos a la estrella. Han chisporroteado amor y sacrificio. Debe ser que cuando los humanos viven en armonía con la naturaleza y consigo mismos generan una magia tan antigua como el mundo, haciéndolo sostenible.

Más allá el paisaje se ha tornado de nuevo verde. Los pueblos pintorescos y las comunidades se sucedían. Javi y Laurita tenían ganas de quedarse en todos ellas, y de hecho lo hacían sin querer, pues resultaban tan nítidas sus emociones que yo podía olerlas para desentrañar su significado y su mensaje, posándose sobre cualquier detalle, curiosas e ingobernables. Después de tomar un desvío y marchar un trecho de carretera hemos parado a la orilla de un lago increíble que los humanos llaman Cabra-Corral, en el que el Río de las Conchas descansa antes de abrirse paso por nuevas quebradas y valles. No obstante, como el hambre apretaba, hemos regresado al pueblo más cercano para comer. Una mujer oscura les ha preparado unas empanadas de carne mientras yo olisqueaba los alrededores haciendo de las mías, invadiendo las casas y los patios, tan libre como ellos. Un poco más tarde ya estábamos otra vez en la carretera interminable, engullendo kilómetros, carretera que nos ha llevado hasta la ciudad de Salta. Sin pararnos apenas para ver el centro histórico, buscábamos el ramal de la Ruta 9 que denominan de la cornisa, y lo hemos hallado sin saberlo, como si un instinto independiente guiara al coche. Este ramal atraviesa una hermosa selva de yungas, estrechándose de un modo peligroso, tal vez impracticable en otras épocas del año, por lo que Javi ha tenido que extremar la atención. En el límite de las dos provincias nos han parado en un control policial. Y es que los humanos no se fían los unos de los otros y han de tener todos sus documentos en regla para que los rostros sonrían y se alivien. Dos horas y media más tarde entrábamos en la ciudad de San Salvador de Jujuy, una ciudad insólita, alzada entre varios ríos poderosos y cerros poblados de bosques. Hemos seguido aún un rato por la Ruta 9 sur-norte, que Javi denomina así, pues su pensamiento apunta que en este país el sur es el norte y el norte es el sur, hasta que la noche nos ha pillado en el principio de una quebrada gigantesca, ascendiendo en zig-zag por las montañas, haciendo que nuestros oídos se taponaran por la presión, ganando mucha altura. Nos hemos detenido en un pueblo pequeño a los pies de la sierra, cuando la niebla caía y otorgaba al aire un halo irreal, fantasmagórico.

Ahora paseamos por sus calles humildes, cargadas de esfuerzo y optimismo. Javi y Laurita juegan a balancearse en un columpio del parque y sus ojos brillan enamorados. Este es un pueblo de trabajadores y se organizan comunitariamente. En algunas paredes se revela su idiosincrasia: la cultura andina simbolizada en el cóndor y la serpiente, la figura de Ernesto Guevara pintada en los murales de la organización barrial, la dignidad humana luchando contra la miseria y el desencanto del mundo moderno. Los niños del pueblo nos miran con curiosidad y algunos adultos con recelo; sin embargo unos y otros nos sonríen. Volcán, que así se llama este pueblo al cual la ruta nos ha traído, nos acoge de un modo ambiguo, para dar forma a un descanso con una intensidad prodigiosa, pues la tierra tiembla y se siente sobre la piel.





Día 299

(Volcán, la montaña del arcoíris y la sal de nieve)

En medio de la noche nos ha despertado la policía y nos han hecho mover a cuarcito hacia la luz. Les preocupaba que pudiera ocurrirnos algo y de esta forma hemos tenido que seguir sus consejos a regañadientes, para luego dormir otro rato. Al despertar la niebla se agarraba con firmeza a la tierra y no nos dejaba ver las altas montañas, cuya presencia sin embargo podíamos sentir. No hemos tardado mucho en despedirnos de Volcán y continuar por la Ruta 9 hacia este sur-norte maravilloso. Muy pronto nos hemos encontrado bordeando Tumbaya y hemos empezado a entrever los colores cambiantes de los cerros, las laderas henchidas de dolinas, de margas, cuando no un universo de cardones extendiéndose por las laderas hasta las cimas. La niebla se levantaba para exhibir la belleza indescriptible, inusual, a la que ninguno de los tres hallábamos comparación en nuestra mente. Javi y Laurita iban embromándose, algo somnolientos, necesitados de café y algo de comer. Yo me estiraba en la manta moviendo el rabo. Nuestros corazones felices reclamaban nuevas aventuras.

Entonces nos hemos desviado de la Ruta 9 y nos hemos dirigido por una nueva quebrada que iba ascendiendo paralela al cauce de un río seco. Unos minutos después llegábamos a un pueblo espectacular, Purmamarca, situado a los pies de un cerro que tiene los siete colores del arcoíris, rodeado de montañas rojas y negras, con las casas de ladrillos de adobe y las vigas hechas de madera de cardón, repleto de flores y plantas y con una luminosidad incomparable. Hemos ido primero a la plaza, donde decenas de artesanos vendían sus telas de lana de llama, sus útiles de barro y sus piezas de orfebrería en piedra. Al lado de la iglesia había un árbol más viejo que el pueblo, que según el pensamiento de Javi contaba con más de mil años. Por eso ha debido regañarme cuando me disponía a marcarlo con mi orín, aunque un momento después me sonreía antes de besar con cariño a la estrella. Ellos han desayunado al sol mientras que yo me amistaba con algunos compañeros, los cuales me han indicado varios rincones donde poder encontrar restos de comida. Un rato después hemos regresado al coche y nos hemos dirigido hacia las montañas. Hemos subido por una carretera malísima, llena de curvas cerradas, con una pendiente monstruosa, hasta atravesar un puerto y entrar en un valle inconmensurable, en cuyo fondo podía distinguirse un manto blanco que resplandecía hasta cegar.

Al irnos acercando la vegetación se ha reducido a una espesa capa de matorrales oscuros, pues según me indican los cálculos de Javi y Laurita, que huelen a asombro y alegría, hemos superado los 4000 metros de altitud. A un lado de la carretera nos ha dado la bienvenida una vicuña sonriente, un extraño animal, pariente menor de las llamas y de los camellos, cuya resistencia es extraordinaria. Los colores de la gran cordillera se han avivado con la luz de la tarde, ante nosotros se agrandaba creando un horizonte dentado sobre el horizonte blanco. Hemos llegado así a una especie de llanura inefable, quizá el paisaje más extraño que jamás vi ni soñé. Unos humanos recogían nieve con unas palas y la metían en unos grandes sacos. Hasta donde nuestra vista alcanzaba, el manto blanco se extendía contenido por las sierras y los cerros colosales y sobre el cual el sol se reflejaba creando sobre su superficie espejismos de agua. El aire temblaba hasta ocultar los objetos lejanos y desprendía una magia mineral que ascendía a la atmósfera. Cuando nos hemos bajado del coche Javi y Laurita se han puesto a correr y yo les he seguido, intuyendo el engaño de mis sentidos, pues mi sorpresa ha sido mayúscula al comprobar que lo que pisaban mis patas no era nieve sino sal. Mi nariz no sabía no cómo guardar esta realidad mágica y he tenido que corroborarlo con mi lengua. Javi se ha descalzado y ha metido sus pies en un charco de agua donde los humanos cultivan la sal pura haciendo que se formen cristales. Algunos artesanos mostraban sus artesanías de sal y piedra dedicadas a la diosa tierra, a la que denominan Pachamama y a los espíritus animales que la custodian. Durante un buen rato hemos estado disfrutando del encanto arcano de este lugar tocado por un milagro natural. La sal se posaba sobre nuestra piel y el sol y el viento la secaban hasta hacerla visible. Mi corazón se ha unido aún más al de Javi y Laurita y podía oler sus sentimientos al igual que ellos leían los míos. Nuestros ojos brillaban sobre el brillo del manto blanco y trataban de allegar hacia nuestra memoria común cada mínimo detalle del entorno, porque siguiendo la carretera, a menos de cien kilómetros, y aunque para una perra resulte intrascendente, se encuentra el paso de Jama, en la frontera con Chile. Estamos los límites del desierto de Atacama, en plena cordillera de los andes.

De vuelta hacia Purmamarca, ceñidos por un silencio lógico, con el interior agitado por la fuerza de la naturaleza, un rebaño de llamas ha venido para despedirse. Ya en la quebrada, Javi ha subido la ladera de un cerro enorme mientras Laurita hacía fotografías y recogía del suelo algunas piedras. Cuando ascendía se ha dado cuenta que le faltaba el aire y ha tenido que detenerse varias veces. Sus pensamientos se encuadraban sobre las duras condiciones de vida de los humanos y los animales que pueblan estos lugares y su valentía. Buscaba un cardón seco para utilizar su madera excepcional llena de agujeros y relieves. Cuando a punto estaba de desistir, ha distinguido unos cientos de metros más arriba y no ha dudado en ir hasta allí, con el pulso acelerado y un ligero dolor de cabeza. Antes de agarrarlo, ha agradecido a la montaña y a la madre tierra que le entregaran aquel precioso fruto, aunque al tomarlo se ha llenado las manos y los pies de pinchas. Aún se ha fumado un pitillo divisando las grandes cimas nevadas antes de descender hacia la carretera. Luego, después de esta alegría inesperada, ha sobrevenido la confusión, quizá porque tantas emociones juntas anestesian el sentido y el cariño. Javi, acostumbrado a estar solo, no ha sabido entender momentáneamente los deseos de Laurita y se ha puesto absurdamente de mal humor. No obstante poco le ha durado, pues su amor es más poderoso que la libertad que atesora, y luego de hablar y de pedir disculpas a la estrella mientras contemplaban desde un lugar privilegiado Purmamarca y el cerro del arcoíris, a pesar de su hermosura, deciden juntos que marchemos en busca de otro pueblo más tranquilo para pasar la noche. De esta manera, después de comer algo, por la misma carretera que nos trajo por la mañana, hemos ido hasta el cruce con la Ruta 9, y volviendo a su rambla, hemos continuado hacia el sur-norte unos cuantos kilómetros.

Enseguida nos hemos encontrado con otro pueblo excepcional, ubicado a la orilla de un río sublime, repleto de huertas y casas de adobe, bajo la protección de una montaña cuya ladera multicolor dibujaba ondas en los estratos, que la luz del atardecer mudaba a cada segundo. En cuanto hemos llegado hemos comprendido que acabábamos de hallar nuestro pueblo de aquí. Sus calles resultaban acogedoras y sus gentes amables y humildes, ajenas al torrente turístico de otros pueblos de la zona. La suerte nos ha guiado hasta una casa donde una mujer morena y simpática que olía a bondad y flores nos ha ofrecido una habitación acogedora. Javi y Laurita asistían felices a su reencuentro cálido y se besaban antes de llamarme con ellos y hacerme cosquillas y mimos. Dilatando a nuestro antojo la escasa claridad que le restaba a este día nos hemos ido a pasear por el pueblo para empezar a conocer sus rincones, sus gentes y sus entresijos; sus tumbas cerca del río, sus huertos prolíficos, sus casas hermosas, hechas con la misma tierra, sus tiendas exóticas, y sus seres, animales y humanos, que nos observaban sin recelo y nos saludaban sonrientes.

Javi y Laurita anhelaban celebrar tanta fortuna y han comprado vino. A mí me han echo dormir sobre la mochila de Javi pero rápido la he convertido en el mejor de los colchones. Ellos, en tanto, hablaban y se reían, escuchando música en la pantalla y besándose, y aunque este día irrepetible parecía abocado a terminar en esta habitación, los sentimientos humanos pretendían dilatarlo. Por ello unas horas más tarde se preparaban para salir de fiesta y sin concebirlo hemos tomado la noche de Maimará, de nuestro pueblo provisorio, subiendo su calle principal hacia arriba hasta que nos hemos encontrado con un humano y una humana vecinos de habitación en nuestra casa, los cuales les han revelado a Javi y Laurita de un lugar donde en un rato iba a haber un concierto de música tradicional. Asidos a esta corriente anímica Javi y Laurita me han dejado atada con la cadena en la puerta de la peña comunitaria para permitir que las guitarras y el tambor les sobrecogiera. Un rato después venían de nuevo para desatarme y llevarme dentro, para compartir conmigo y aquella manada de humanos buenos las incidencias de la alegría y el cariño, para atender a las conversaciones secretas y distinguir los sentidos normalmente negados.

Es lindo poder acompañar a Javi y a la estrella es su furia ideológica y entrever el tremendo cariño que aplican a sus circunstancias. Ahora vamos por la calle abajo, hacia la casa, Javi borracho y feliz, y Laurita feliz de sostenerle. Yo me adelanto moviendo el rabo. Los cerros de colores nos miran y en su interior sienten que nosotros amamos a todos aquellos que los defienden.



Día 300

(Humahuaca, Tilcara y la garganta del diablo)

Había que descansar, recuperar fuerzas, alimentar el amor como los cuerpos entremezclados, como los colores de las montañas. Javi y Laurita se han amado entre las sábanas mientras yo me despertaba con sus besos para volver a hacerme una rosca sobre la mochila y soñar que ellos seguían besándose. Es casi el mediodía y la luz penetra por la ventana para decirnos que es hora de comenzar a descubrir y admitir que todo reluce si es libre.

Como si los anteriores días les hubieran otorgado una sabiduría irrefrenable y calmada, con apremio hemos partido con cuarcito para continuar por la Ruta 9 hacia el norte, sin dejar que nada nos entretuviera, moldeando el tiempo a nuestro antojo. La carretera nos mostraba los paisajes increíbles, los pueblos serenos, siempre a la orilla del río, la quebrada inmensa que nos llevaba cada vez más arriba, más alto y más impresionante. Atravesábamos torrenteras que labraban margas blancas y marrones, dolinas amarillas, rojas, con matices morados, verdes, azules, laderas y cerros que se abrazaban y se mordían como si estuvieran pugnando por la tierra donde asentarse, como si bailaran bajo el cielo y las nubes que a veces los tocaban para humedecer sus cimas. Hemos llegado a un viejo pueblo lleno de vida que da nombre a la quebrada: Humahuaca; pueblo de artesanos, cuya historia narra la lucha de los indígenas andinos y su cultura contra todos los imperios existentes. Este sitio marca el punto más al sur-norte de nuestro viaje, los pensamientos que huelo así me lo indican. Si continuáramos por la Ruta 9 siguiendo la quebrada, cruzaríamos la frontera con Bolivia, a su meseta andina y su didáctica cultural indígena. Aunque mi nariz me dice, a través de los pensamientos de Javi, que ya hemos llegado, que hace días que llegamos, pues sus gentes a un lado y al otro son las mismas, no siendo igual, desgraciadamente, sus condiciones de vida ni sus esperanzas.

Javi y Laurita se han tomado un café y luego hemos ido a pasear por sus calles animadas. Cerca de la plaza, hemos ascendido por una escalera coronada por la estatua inmensa de un indio. Javi y Laurita han estado simpatizando con algunos humanos artesanos en tanto yo recorría libremente los alrededores olisqueando rastros. Después nos hemos dirigido al mercado del pueblo y antes de regresar esta vez sí, hacia el sur, por la Ruta 9, volviendo por las propias rodadas de cuarcito, han estado echando algunas fotografías y ojeando unos cuadernillos que unos cachorros humanos grandes les han vendido, en los que se cuenta la historia de la quebrada y se señalan algunos lugares de interés. Nuestro siguiente destino ha sido Uquía aunque apenas hemos parado para tirar hacia Huacalera. Este pueblo marca el paso del trópico de capricornio y oliendo los pensamientos de Javi he podido entender porqué en esta tierra en la que ahora vivimos la luna y las estrellas tienen posiciones diferentes. Más tarde nos hemos desviado a un pueblo llamado Tilcara, donde hemos comido y Javi y Laurita han comprado algunos regalos para los suyos. Sentados en un parque no se decidían a qué hacer después, si pasear por las calles, si descansar un rato o si regresar a nuestro pueblo. Cuarcito y la intuición de Javi nos han conducido entonces por una larga calle, cuesta arriba, que nos anunciaba un episodio inesperado. Un cartel y una flecha reorientaban nuestro camino hacia el cerro, hacia la garganta del diablo. Llenos de alegría y de temor hemos recorrido así la senda de piedras que ascendía peligrosamente hacia la cima. Cuando nos cruzábamos con algún coche que descendía Javi tenía que hacer maniobras para poder pasar. Entonces Laurita lloraba de los nervios y se reía fabulosamente. El trayecto ha sido lento y cargado de ansiedad. En verdad yo, hecha una bola sobre la manta verde, únicamente escuchaba y olía sus impresiones. El temor de Javi de que cuarcito se lastimara, el miedo de la estrella de caer al abismo. Las risas de ambos para atraer el optimismo y ahuyentar los estragos y las dudas.

Al llegar arriba un cardón indicaba la altitud, 2960 metros, y el final de un estrecho valle y su río se precipitaban por un corredor de roca esculpida cuyo fondo era imposible de ver. No sé qué energía me ha colmado, proveniente de aquellas entrañas profundas, pero el caso es que no podía parar de correr y de saltar, loca de alegría, como si la montaña y el cielo gritaran con su olor dentro de mí, diciéndome lo feliz que he estar por vivir estas experiencias, por contar con un humano que me lleva a conocer el mundo, que me ama como si los dos fuéramos una sola especie, que comparte su existencia y que siente que ha de ser así y no de otra forma. Mientras el atardecer nos alcanzaba, oscureciendo las sierras, nuestros sentimientos se purificaban y se armonizaban con los colores, el sonido del viento, el olor de la naturaleza, fundiéndose en una única sustancia para el recuerdo. Cuando de nuevo descendíamos en cuarcito una paz atemporal iba prendida de nuestra piel y fluía en nuestra sangre. Nada podía ocurrir. Los dioses se habían unido a nuestros santos para protegernos y amparar nuestro regreso.

Para llegar a nuestro pueblo, a Maimará, agotados, felices, habiendo asido el día a nuestra peculiar ideología emocional, aún teníamos que presenciar la magia del azar, y si Javi y Laurita tenían hambre, pues nos topábamos con la pizzería del Gordo, y si querían asistir a escenas cotidianas, a acontecimientos sociales concisos, sólo debían apreciar lo que allí dentro sucedía. La noche extendía su manto sobre los cerros multicolores y la niebla empezaba a morder las cimas para ir descendiendo con las horas.

Ahora, en nuestra habitación acogedora, yo acurrucada en mi mochila, Laurita en la cama, soñando que el tiempo es un refugio y la vida un campo de flores, Javi tecleando su mundo en la pantalla con los ojos brillantes y el corazón acelerado, no aguardamos que la realidad nos alcance o nos transcienda, porque vamos de a poco comprendiendo que poseemos la capacidad y el deseo de compartirla, de dibujarla a trazos y consentir por momentos su dominio, sintiéndonos sin contradicción grandes en nuestra insignificancia.



Día 301

(Nuestro pueblo y su gente)

El sonido de los pájaros nos despierta. Han acudido al patio de nuestra casa pues la dueña humana les echa de comer unos granos de avena por las mañanas. Javi y Laurita se aman entre las sábanas y se desperezan. Hoy el impulso irrefrenable que días atrás nos arrastraba se ha calmado, se sostiene en el aire aguardando su consecución sin quejas ni alarmas. Por ello Javi me ha sacado a pasear mientras Laurita componía la habitación y se ponía tan linda que Javi ha sonreído con deseo al verla salir. Calle arriba por el pueblo, por nuestro pueblo, han buscado un sitio para desayunar. Nos hemos cruzado así con gente humana, cachorros que marchaban a la escuela con sus mochilas, trabajadores del campo con las manos curtidas, pastores que iban sin duda a echar un vistazo a su ganado, albañiles, comerciantes eternos, artesanos. Los tenderos nos observaban desde las puertas de sus negocios masticando coca y fumando unos puchos oscuros que olían a flores. Hay vendedoras de choclo, tamales y empanadas en algunas esquinas. Muchos compañeros perros olisquean y marcan las esquinas, cuando el sol y el viento se encargaban de alzar el polvo para encenderlo. Ha debido haber una protesta humana y un grupo de vecinos han cortado la Ruta 9 durante unas horas. Demandaban mejoras en las escuelas y un aumento en el salario de los maestros. Javi ha pensado en las semejanzas con nuestra tierra justo en el instante en el que descubría una plaquita cerca del parque que rezaba: territorio libre de analfabetismo. Mientras Javi y Laurita se tomaban un café en una especie de restaurante, comedor escolar y hostal, yo he estado jugando con un compañero a perseguirnos por la calle. Los niños aguardaban impacientes su plato de comida y Javi y Laurita se sorprendían cuando la dueña reclamaba el dinero a los niños antes de servirles. Poco después hemos atravesado la plaza amplia y Laurita ha comprado a una vieja humana que tenía en la cabeza un pañuelo de colores un tamal de maíz y verdura, y luego hemos continuado calle arriba hasta el curioso cementerio, situado en un pequeño cerro de las afueras, donde los muertos humanos se apiñan en sus nichos frente a las altas cimas que ya contemplarán para siempre. Otros humanos son enterrados fuera del pueblo poniendo piedras de colores sobre la tumba. En ellas se colocan mazorcas de maíz y se vacían botellas de agua y vino clavando sus bocas para que el difunto beba. Los humanos son extraños en su modo de sentir la muerte. La temen y la veneran. Celebran su poder y se asustan de su venida. Los perros somos más desprendidos. Pensamos que la energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma. La vida no nos pertenece, y no sabemos ni entendemos lo que es la propiedad.

Más tarde hemos subido a un cerro cercano y Javi y Laurita han estado echando algunas fotos. Hemos encontrado un altar ritual donde los humanos hacen ofrendas a los espíritus de sus ancestros y los dioses de la naturaleza. Un cardón enorme lo presidía rodeando por un circulo de piedras y colmado de cintas de colores, restos de comida y recipientes de plástico. Hemos continuado un techo por la carretera de la ruta y hemos bajado por algunas calles estrechas con casas de adobe y tejados de cardón y losas de piedra. Un humano tocaba con una trompeta en su huerto y llenaba el aire de melodías eternas. Después hemos vuelto hacia la carreta para ascender a un mirador desde el que se veía la ladera de la montaña, con sus ondas multicolores, sobre la que se asienta el pueblo y asimismo el Río Grande que lo separa de ella. El viento se ha intensificado y revolvía los pelos de Javi y Laurita mientras se besaban y se reían. Sus pensamientos se dirigían a las dificultades de estos pueblos durante la época de las lluvias torrenciales. Entonces las montañas descargan sus sedimentos y se forman coladas de grava y roca que provocan catástrofes y muertes. Por toda la quebrada se distinguen cientos cicatrices que cifran dichos acontecimientos fatales. Los humanos de Maimará, al igual que los de tantos pueblos y comunidades, conviven con estas circunstancias y aprendieron a aceptarlas como una manifestación de sus dioses.

Como si comprendiéramos que el día pudiera agrandar su mirada hemos regresado a casa y poco después hemos marchado con cuarcito por la ruta. He podido contemplar así los corrimientos de tierra y los múltiples cauces por los cuales los torrentes descargan en el río su poder, ciñendo el pensamiento humano al mío. De este modo hemos llegado de nuevo a Purmamarca para ir a pasear por unos cerros rojos extraterrestres. Hemos recorrido un sendero sinuoso hasta volver otra vez al pueblo. En él Javi y Laurita han hecho algunas compras y yo he aprovechado para escaparme a buscar comida y darles un buen susto.

Cuando la tarde daba paso a la noche hemos retornado a Maimará. Calle arriba y calle abajo Javi y Laurita decidían dónde cenar para finalmente ir al mismo sitio donde habían desayunado por la mañana, en el restaurante-comedor escolar-hostal. Se han comido una milanesa con papas mientras yo les miraba con la boca hecha agua desde la puerta atada con la cadena a un árbol. Hemos dado una última vuelta por el pueblo, contemplando las luces de las farolas sobre las paredes desnudas de adobe, las calles polvorientas, las cortinas y las puertas de colores, y los macizos de flores, los enormes cerros custodiando esta realidad maravillosa, atemporal. Hemos sido testigos por unos días de esta vida sencilla, poco dada a los ritmos desmesurados, en armonía con la naturaleza, que no ha perdido su esencia ni su fe en la tierra que otorga el alimento y equilibra el espíritu.

Ya en la habitación, yo sobre mi mochila y Javi y Laurita entre las sábanas, ninguno podemos dormir. Son tantos los estímulos, los recuerdos múltiples, las situaciones, los matices cambiantes, las formas en su evolución, los olores a clasificar, los sentimientos clandestinos, los recientes, los grabados en la piel y la cubierta de las células, las impresiones, los pensamientos y las fantasías que vuelan por encima de la gran cordillera hasta tocar las estrellas. Somos todos los seres a la vez pues todos somos uno sólo. El universo se manifiesta en nosotros del mismo modo que se proyecta en los paisajes. Estructuras de hidrógeno, carbono, sodio, potasio y agua. La vida avanza y no sabemos hacia dónde nos conduce. No obstante aquí estamos nosotros tres. Somos una sustancia idéntica que respira y ama. Javi y Laurita se besan insomnes, para relativizar las horas, para frenar su tránsito, y ahora que advierten mi mirada, me llaman a la cama y me llenan de cosquillas y mimos. Nuestro pueblo es un refugio porque nosotros así lo quisimos. Maimará duerme mientras nosotros soñamos despiertos por su libertad y su conservación.





SEMANA 44

Día 302

(Cuesta abajo por la 9 y la 34)

Nos hemos despertado y enseguida he olido en la mente de Javi y Laurita que debíamos decirle adiós a estas montañas. El viaje se ha roto. Nadie tiene la culpa ni ha de sentirse responsable. La vida ha de regresar a su vertiente. Nos despedimos de nuestra habitación, de la humana que nos la procuró, de nuestro pueblo y sus calles sencillas. Dejamos la quebrada, la altitud de sus cerros, sus colores, sus matices sociales, sus paisajes prodigiosos, los cardones y los ríos, los torrentes y los pueblos que guardan las casas de adobe y los secretos de una cultura milenaria, sus gentes humildes, pobladores de la pre-puna, guardianes de la planicie andina, los hijos de la Pachamama. Hemos tomado así la Ruta 9 hacia el sur para desandar todo lo andado, para volver hacia San Salvador de Jujuy y después hacia Salta. El camino nos ha conducido por Tumbaya, por Volcán, y al abandonar estas sierras la tristeza no ha agarrado por dentro, silenciándonos, colmándonos de imágenes que nunca podremos olvidar pues llenaron de alegría y sentido nuestro corazón pero que hoy nos duelen al tornar. Sin parar en Jujuy hemos seguido hacia Salta, yendo por otra ruta diferente, evitando la selva de yungas, las ciudades, ganando tiempo y comodidad, cerrando nuestro afán. Parece que Javi tenía prisa por morder a la carretera kilómetros y ha ido reventando las trayectorias. Laurita se ha puesto a entrelazar lana con sus agujas y de cuando en cuando armaba a Javi algún pitillo contemporizador. No han parado para echar fotos ni para descubrir ningún nuevo rincón, únicamente para llenar de nafta el depósito de cuarcito y seguir sin tregua. Desde Tucumán nos hemos dirigido a Termas de Río Hondo pero antes de alcanzar Santiago del Estero nos hemos desviado repentinamente por la Ruta 34, la cual ya no hemos dejado hasta la noche. Córdoba ha quedado para otra ocasión y la silueta de sus sierras se diluye a contramano. Los pájaros que cazan y los campos interminables nos han acompañado durante largas horas, cuando el paisaje se hacía de nuevo monótono, hendido de rectas interminables, de granjas con vacas y caballos, de pueblos dedicados al maíz, el trigo y la soja.

Desde la manta verde, adormilada, apenas siento la velocidad. Laurita acaricia los pelos revueltos de Javi y le pregunta si está cansado. Javi asiente pero continúa. Ella le arma otro pitillo y sonríe. Ahora sus pensamientos atestiguan el descenso. Vamos a recorrer en un solo día lo que a ida hicimos casi en tres. Por la Ruta 34 los camiones circulan incansables, se suceden los controles policiales, las provincias. No se nos va ese aire de tristeza y nostalgia que alza silencios momentáneos. Javi quiere besar a la estrella y Laurita le acerca sus labios. La noche nos sorprende de nuevo en la carretera. Javi lleva conduciendo trece horas y, aunque nadie se lo imagine, es la rabia convertida en entusiasmo la que se quema en su interior para hacerle resistir un poco más.



Día 303

(Un último esfuerzo hasta la cuna de Che)

Paramos a dormir en una gasolinera anónima y al despertar, con apenas el tiempo justo para desperezarnos y consumir nuestras legañas, Javi y Laurita con café y yo con algunos restos de basura, hemos regresado a la ruta. El día ha amanecido gris y los sentimientos de tristeza crecían en nosotros. Javi ha amanecido con los pensamientos enredados y conduce cansado, con la espalda hecha añicos. Laurita lleva sintiendo desde anoche dolor en sus entrañas y de ambos manaba un aura oscura que se acompasaba con el color del cielo. Yo soy una simple manifestación sus sentimientos y por ello trasciendo su verdad. La provincia de Santa Fe nos ofrece sus paisajes arbolados, de campos infinitos y charcas pobladas de pájaros, pero nada nos alcanza. Al llegar a Rosario, hemos entendido que nos encontrábamos cerca de Buenos Aires, regresando una vez más a la Ruta 9, y en los últimos tramos de la autovía Javi y Laurita se han desesperado, él de cansancio y ella de dolor, por ganar nuestro destino.

Hay instantes en que los humanos se separan, se desvanecen, se desconectan unos de otros, partiendo su comunidad. Sin embargo Javi y Laurita saben cómo resolver sus sentimientos negativos y el respeto mutuo y la confianza les hace superar sus egoísmos, logrando que sus ojos resplandezcan de cariño. De pronto el entorno se ha vuelto conocido y por las ventanillas de cuarcito entraban olores que han despertado memoria. Al mediodía hemos llegado a San Pedro, la cuna de Che, y ha sido imposible no pensar en ella, recordar aquel otro viaje, y desear con fuerza encontrarnos de nuevo.

Hemos buscado refugio para acabar hallando el mismo que aquella vez. La lluvia nos ha sorprendido en el paseo por las calles solitarias del pueblo. Como la nostalgia nos lastraba la actitud hemos decidido regresar a la habitación del camping. Si pudiera explicarles a Javi y Laurita que he estado oliendo mi propio rastro y el de mi hermana y moviera con ímpetu el rabo quizá les haría reír. No hemos caminado por aquel parque colmado de árboles hermosos ni por la orilla del río. Inconscientemente no hemos andado por aquellos lugares felices para sortear esa tristeza que nos viene persiguiendo desde ayer.

Javi ve ahora una película en la tele mientras Laurita duerme a su lado. Sin despertarla la besa en la frente y la cubre con las sábanas para que no coja frío. Las gotas de lluvia golpean las ventanas y el viento bufa por debajo de la puerta. Sé que Javi piensa en Che porque puedo olerlo. Se arma un pitillo para mitigar su angustia. Cómo me gustaría que viera como yo veo en el sueño de la estrella que Che se encuentra bien. Me acerco a oler su mano, y al menos consigo que sonría.





Día 304

(Retorno a Escobar)

Qué suerte soñar y descansar a un tiempo, sentir las raíces del corazón, cómo se introducen en nuestra imaginación para generar pensamientos positivos, para purificar nuestra esperanza flaca y retomar la cotidianidad y sus escollos.

Nos hemos despertado y enseguida nos hemos puesto en marcha. Después del viaje que hemos hecho esta distancia resulta irrisoria. De regreso hemos parado en la pradera donde vivimos y tan felices fuimos durante un tiempo, para volver a ver a nuestros amigos, pero ha sido sólo un instante, porque a Javi se le ha hecho un nudo en el pecho cuando Pepe no ha respondido a su llamada. Sin poder pensar en ello, hemos llegado a Escobar, a nuestro barrio, a nuestra calle y nuestra casa. Che no estaba esperándonos en la puerta como todos deseábamos en silencio y acuciados por las prisas Javi y Laurita se han puesto a limpiar a cuarcito, sacando todas nuestras cosas. Apenas una hora después me dejaban atada con la cadena en el patio y se iban juntos para devolver a cuarcito a su dueño. Este coche ha sido para nosotros un compañero incansable, un apoyo en todos los sentidos, y jamás olvidaremos su actitud y su energía.

Cansada, he dormido durante muchas horas hasta que Javi y Laurita han retornado de la gran ciudad. Hemos salido a dar un pequeño paseo por las calles aledañas pero rápidamente volvíamos a casa. El cielo amenaza lluvia aunque hace mucho calor. Han sido demasiadas emociones y ahora hay que sostener su impulso subversivo. Javi y Laurita se curan de todo con sabiduría afectiva y se meten bajo las sábanas para besase y amarse hasta que la vida se rompe contra sus cuerpos extenuados, extinguiendo las sombras, el frío, el calor, el hambre, la sed, la realidad y el olvido.

Ahora Javi tecle mientras Laurita duerme. Ella en sus sueños sonríe. El compone su mundo soñado. El equilibrio colma de paz nuestra casa creando el espacio adecuado para el carió y la comprensión. Ha sido un viaje maravilloso. Somos afortunados de estar aquí, creciendo, aprendiendo, ampliando los horizontes conocidos con los ignotos, intercambiando fuerzas, mutando los sentimientos y las ideas, desprendiéndonos del miedo, haciendo de este mundo inmenso y diverso nuestro hogar.



Día 305

(El acantilado y el faro)

Hoy no había prisa por despertar. Las rutinas cambian y hay que adaptarse lo mejor posible. Javi y Laurita se entretenían en la cama mientras que yo permanecía a gusto en mi manta verde hecha una rosca. Hablar, fumar, sonreír, anunciando su afecto, amarse convertidos en viento y agua, bailar enredados, desayunar, visionar las fotos y recordar cada detalle del viaje; esto han estado haciendo y deshaciendo. Las horas se han fugado y Javi se ha preparado para salir. Yo me he quedado con la estrella en casa oliendo el profundo amor que le pone a cada cosa, iluminando nuestro pequeño universo inventado. Por ello únicamente podía mover el rabo y sentir su bondad, su convicción y su alegría, buscando de cualquier manera sus caricias como buscaría las de Javi.

Un rato después Laurita me ha puesto la cadena y nos hemos ido juntos a pasear por el pueblo. Los perros de nuestra calle han empezado a ladrar como locos porque no la conocen y se aprovechan también de que estoy atada. Escobar estaba rebosante de humanos. A estas horas se juntan los cachorros salen de las escuelas con los trabajadores que terminan su labor. Los comercios están llenos. Los coches y los vehículos colectivos circulan caóticamente por el asfalto y las aceras son un hervidero de humanos comprando, observando, tomando y haciendo cuentas que nunca les salen.

De pronto Javi me ha silbado y ahí se encontraba, sonriente, caminando hacia nosotras. Lo primero que ha hecho es soltarme y después se ha abrazado a la estrella. Nos hemos dirigido al parque cercano a las vías del tren y allí hemos estado un rato, yo rebozándome como una culebra y ellos charlando y comiendo algo. Sin tardar muchos nos hemos dirigido a casa. Tengo la capacidad de predecir nuestro itinerario con sólo oler sus pensamientos. Cada día conozco mejor a Javi y él me va orientando con sus silbidos, para avisarme que se acerca un coche, que deje de buscar entre la basura, o que me acerque para cruzar.

En cuanto hemos llegado Javi se ha quitado la ropa y le ha enseñado a Laurita su brazo izquierdo. Se ha pintado sobre la piel un acantilado que unido al faro que ya se dibujó cobra un sentido mágico en su mente. La piel supura y él se la limpia con jabón. Luego se cubre el dibujo con un papel transparente y sonríe. Algo quería decir con sus ojos, que brillan con intensidad. Y a mi nariz han venido algunas palabras: república, libertad, viento, luz y optimismo. Creo que pretende representar su utopía, que junto a sus santos realistas confieren a su cuerpo un mensaje para el porvenir.

Ahora se aman con cuidado, custodiando dicho mensaje y emprendiendo su sentido. Desde mi manta presencio la verdad. Por un instante veo el faro encendido en su brazo y la habitación se alumbra de esperanza. Puedo oler el mar, la sal y los peces, la profundidad inmensa y la orilla leve, y escuchar nítidamente el sonido de las olas rompiendo contra la tierra. Mis orejas se alzan, justo cuando Javi y Laurita se estremecen y sus sueños se derraman a la vez. Qué bonito sería poder compartir la vida así, con calma, tempestad y ternura. Porque Javi tiene actitud de farero y una constelación de estrellas idealistas para alumbrar todos los futuros posibles. Dar a la sombra luz… y al gris afecto y poesía.



Día 306

(Todo el día entre mantas y sábanas)

Y se vino la lluvia, dilatando nuestro sueño. Los truenos nos despertaron anoche y han seguido durante todo el día. La ventana se ilumina con los relámpagos y el sonido del agua rebota en el tejado de chapa. En mi manta tiemblo pues las paredes tiemblan a su vez. Las tormentas se suceden, se abrazan unas con otras y no dan tregua ni al cielo ni a la tierra. Javi y Laurita se aman entre las sábanas o ven películas en la pantalla. Nuestra casa nos guarda de los elementos y tiene un seno protector. He estado soñando con Che y la he visto correr en un campo de hierba y flores. Mi hermana me miraba y me decía ladrando que no hay porqué preocuparse, sin embargo, intento alcanzarla y no puedo.

Las horas pasan y el amor se extiende sobre las baldosas del suelo, trepa a las sillas y a la mesa, se escurre por el desagüe de la pila, se mete por las ranuras, crea pelusas e hilos, se acuesta en un rincón y tiene cejas y pestañas. Laurita se queda dormida y Javi le acaricia el pelo. Lo huele como un perro y después besa su frente. Ella se retuerce inconsciente y sonríe. Javi se arma un pitillo y fuma pensativo, aspirando sentimientos y exhalando convicciones. La luz del día se va apagando y narra su perspectiva ausente. El atardecer no existe pues las nubes se cierran sobre él. La noche acude de pronto, y como no necesita presentación, pues la lluvia ya convirtió el día en noche, yo continúo en mi manta, haciendo vueltas de posturas, poniéndome patas arriba, estirando los músculos y los huesos, cambiando de estación y estado, transformándome en un bicho bola o en una culebra enroscada. Laurita despierta ahora, y estirándose como yo, envuelve con su cuerpo a Javi antes de iniciar una nueva sesión, de película, cosquillas, amor y otras alegrías mientras la lluvia embarra nuestra calle y llama a nuestra puerta y tejado como si quisiera entrar.



Día 307

(La tregua)

Ha debido ser nuestro pensamiento unificado y convergente el que ha hecho posible que hoy las nubes dieran una pequeña tregua. Y es que a veces sólo hay que desear algo con fuerza para que simplemente ocurra. Resultaba del todo necesaria para pasear y desperezarnos de la dulce indolencia que ayer nos atrapó sin remedio. Para respirar aire fresco y caminar, pueblo arriba y pueblo abajo, como nos gusta, en busca del color y el alma de las cosas. Una especie de congoja parcial se ha prendido del rostro de Laurita y Javi y la llevan encima como pueden. Así sonríen y se la ocultan el uno al otro; aunque a mí no me engañan; porque su olor es inconfundible. Hemos estado en el parque, tomando un café y recorriendo las calles. La ganancia de día es la espera, y por ello hemos aguardado hasta el mediodía para comer. Hemos comido un asado en un restaurante llamado Los Amigos y había tanta comida que hemos tenido para nosotros tres y para otros cuatro compañeros callejeros.

De vuelta en casa Javi y Laurita se han metido bajo las sábanas y ya no han vuelto a salir. ¿Por qué será que Laurita tenía los ojos humedecidos y derramaba sonriendo lagrimas y colores, y Javi no paraba de armarse pitillos, como si quisiera evadir sus pensamientos que se me escapaban con tanto THC, reemprendiendo los dos las películas, de a poco besándose y riéndose como quedándose en silencio, abstraídos, pero compartiendo su abstracción. Las horas transcurrían y ninguno tenía intención de dormirse. El brillo de la luna entraba por la ventana creando sombras sobre ellos. No obstante el cansancio, o más bien otra cosa indescifrable, ha hecho que se acurrucaran uno contra el otro, encajándose como un puzle de miembros y caricias. Los párpados han bajado al mismo tiempo que la pantalla se apagaba. A veces los humanos entienden y no aceptan, y otras veces aceptan porque entienden.

La estrella quiere lucir toda la noche sobre la cama. Yo me acerco a ellos y se tumbo a sus pies porque acabo de comprender lo que ocurre. Laurita sueña que el tiempo es una barca a la deriva. Javi ciñe su insomnio y ahora llora para empujar al mar con sus lágrimas y ayudar a la barca en su lucha por alcanzar la otra orilla.







Día 308

(Adiós a la estrella)

Hay estrellas que parpadean y otras que se mueven, unas cuya luz orienta a los viajeros perdidos y otras que favorecen a los rebeldes cuando se deciden a tomar una plaza. Las hay periféricas y ocasionales y también aquellas que hacen girar los brazos de una galaxia. Lo bonito de ellas es que son una alegoría del universo y del tiempo, distantes y a la vez cercanas, nunca eternas pues a veces se ponen rojas, estallan y se mueren, llenando el vacío de átomos y ternuras, de materia, cariño y orden. Son así infinitas y profundas, tolerantes, amigas, amantes y sobre todo honestas, pues sin su honestidad nunca serían estrellas.

Cuando Laurita se ha levantado de la cama esta mañana ya sabía que se tenía que ir. Javi se ha marchado a trabajar hace un rato y ella no ha podido dormirse, aunque miraba al techo de la habitación como si quisiera abrirlo con los ojos. En esta ocasión su caída ha sido más corta pero sin duda que más intensa. Con los ojos humedecidos ha preparado sus cosas, y las sombras la retenían, sin poder mitigar su resplandor humano. Ha estado pintando un cóndor en una piedra y después hemos estado hablando en un idioma intermedio. Me ha dicho que cuide de Javi y que sea buena, que me quiere para siempre a cada momento, que nos quiere a los dos tanto que no está dispuesta a dejar de iluminar este cielo extraño para que nunca nos olvidemos de nuestra tierra, que sigamos tan libres y tan solícitos, y que ahora tiene que regresar a su órbita, a ese cosmos imposible del que nosotros tuvimos que fugarnos para valorarlo y comprenderlo. Luego hemos salido a pasear a la calle. Ella echaba un último vistazo a nuestra casa, con su rostro indestructible, y en apenas unos minutos de espera llegaba Javi, sudando sobre la bicicleta con el corazón en una manos y en la otra un nudo. Cómo será que la lluvia continua durante toda la noche nos ha dado una pequeña tregua para que todo sea posible, para que Javi haya podido volver a tiempo, cuando el mundo está lleno de improbables, de situaciones insostenibles, sin solución.

Mientras venía el remix a Javi y a Laurita no les salían las palabras; sin embargo sus gestos lo expresaban todo. Ha sido tan breve, tan fugaz, que no es justo. De pronto metiendo las maletas, llevándome con la cadena al patio, ella sin despedirse, pues ya lo había hecho mucho antes, Javi sujetándose la ansiedad y estrago y agarrando las llaves para cerrar la puerta. La casa ha quedado en silencio y la oscuridad se ha hecho fuerte. No he tenido más remedio que cerrar los ojos y ver a través de los suyos. La sorpresa ha sido que no eran los de Javi sino los de ella. Y esta es la primera vez que me ocurre. Tal vez mi instinto me ha llevado a esta elección inconsciente, porque no quería que se quedara sola, sospechando lo que unos minutos después se ha convertido en certeza.

El remix se ha parado a las afueras del pueblo y Javi ha hecho un ademán de bajarse. Las lágrimas de la estrella le han detenido y entonces se han abrazado con fuerza. Javi no podía acompañarla, pues debía volver al trabajo, y era tal su desgarro que no se atrevía a salir del coche. Cuando por fin lo ha logrado tenía la cara descompuesta y sólo ha podido mover su mano para decirle adiós. Ha permanecido de esta forma, unos cuantos segundos, en medio de la carretera, inmóvil, absurdo, mientras el remix se alejaba henchido de luz y tristeza, hasta que un camión le ha pitado por detrás, cargado de muerte vana. Laurita ha suspirado, sintiéndose mal por no haber podido retener su llanto, pero de inmediato ha sonreído, como si hubiera percibido las cosquillas que yo le hacía para animarla, y durante todo el trayecto ha ido custodiada por mi presencia. Sólo en el instante en que su mirada que era la mía propia ha entrado en las tripas del pájaro de hierro he anhelado despertarme. Me ha tentado regresar con ella sobre el océano. Pero un viejo silbido me ha puesto en la senda y el rastro de la realidad.

Han pasado unas cuantas horas y lo más probable es que la estrella ya está en el cielo dibujando constelaciones y entrelazando lana y vida. Ahora escucho la puerta de casa y se que Javi viene empapado porque yo también estoy empapada. He estado aullando de pena y tengo la boca seca. Es lo que debería hacer él: aullar de pena, hasta que la alegría nos interrumpa, hasta que todo lo bueno reluzca, y la luz regrese.





SEMANA 45

Día 309

(Ausencia)

Javi se ha levantado con un hueco enorme en el corazón, tan grande que le costaba respirar, asumir el día, la situación, la esperanza y poco más. Nuestra casa huele a Laurita, también Javi lo huele, y su ausencia desdibuja las horas. Como llovía se ha marchado a trabajar con los humanos especiales caminando. Varias goteras se han formado esta noche en el techo de la cocina y la habitación. Me ha dejado atada con la cadena dentro de la casa, cerca de la puerta, y siento que esto va a formar parte de mi reciente realidad.

Desatada fuera no me puede dejar porque tiene miedo de que me lleven como a Che y en el patio tampoco, porque mis gemidos molestan a los humanos con quienes lo compartimos. No me gusta quedarme sola, pero a quién le gusta quedarse sólo si es que no se elige. La cuestión es que ambos debemos aprender a aceptar de nuevo. Cuántos cambios y cuántas expectativas rotas. Por suerte la vida nos permite continuar pues las heridas no han logrado quebrar el hueso.

Javi ha regresado antes del atardecer. Cómo se nota que los días se han ido acortando. Hemos ido a dar un paseo hacia la villa y pronto el sol destellaba entre los árboles del fondo, escondiéndose después en la tierra. El otoño se anuncia en sus hojas, amarillentas, acumuladas en las veredas, volviendo visibles por instantes los remolinos del aire, y en que los cachorros humanos cubren sus pies descalzos con zapatillas roídas y sucias. De vuelta en casa Javi se ha puesto a teclear y luego ha estado hablando con la estrella por su pantalla. Sin ganas de nada más, ni siquiera de cenar, nos hemos preparado para dormir. Qué deslices…

Ahora Javi se asoma por la ventana buscando el brillo de la luna y de las estrellas distantes. Sin embargo las nubes cubren el cielo y no las distingue. Prende un pitillo de yerba y se tumba sobre la cama. Tiene la cara triste pero sonríe. Está recordando algo. Me llama a su lado y yo me echo sobre sus pies. Nos dormimos enseguida, como si aceleráramos este proceso y comenzamos a soñar a la vez que volamos sobre el océano para encontrarnos con los nuestros, empezando en este mismo instante y sin saber a construir nuestro retorno.



Día 310

(Para arriba)

La noche nos ha hecho bien. Soñar resulta adecuado. Por ello al despertar nuestras sensaciones rezumaban optimismo. El sol trepaba por las cortinas del alba con fuerzas renovadas.

Javi se ha marchado a trabajar y me ha dejado otra vez atada con la cadena dentro de la casa. Aunque tenía comida y agua junto a la manta no la he probado. Así no he hecho otra cosa en todo el día que dormitar, gemir, aullar, imaginarme libre corriendo por las montañas de colores que conocimos en el viaje, situándolas ahora entre aquellas de nuestra tierra en las que vivimos felices durante un tiempo, esperando el regreso de Javi, atenta a cada sonido y empleando mi nariz para captar la más leve novedad sobre su paradero.

Cuando Javi ha vuelto al fin, yo ya lo sabía mucho antes, y nos hemos ido a pasear por la villa. Este paseo es el mejor momento del día, el único en el que me siento a gusto y feliz, olisqueando rastros y restos y encontrándome con algunos compañeros callejeros, con aquellos que empiezan a aceptarme. Javi ha estado hablando con algunos humanos y observando sentando en una acera los devenires sociales que componen nuestro entorno.

Ahora él teclea ensimismado mientras yo me acurruco sobre la manta. De nuevo vuelve a forjar su sueño, y esto le hace bien, le empuja para arriba. Su cuerpo y su mente huelen así a revolución, sangre, pólvora y cariño.

Día 311

(Involución o rebeldía)

Otra vez la cadena, dentro de la casa, antes de que Javi se fuera a trabajar con los humanos especiales. El día que me dejó en el patio estuve aullando y gimiendo y molesté a nuestros vecinos humanos. Hoy lo he estado haciendo también y cuando Javi ha llegado por la tarde algo han debido decirle porque ha entrado en casa con un gesto de preocupación, asaltado por antiguas sensaciones.

Me gustaría poder gritarle que no puedo ni quiero controlarlo, que no es miedo ni temor a que me abandone por lo que ladro, que me siento rebosar de soledad, eso me ocurre, que no dejo de pensar en Che, en la estrella, que es por verme atada tantas horas sin poder hacer nada, que echo de menos la libertad de la pradera, a Negro, a Pedro, a los gansos los pastos los burros las gallinas los caballos, los árboles imponentes, aquella vida, poder estar suelta siempre, que sé que acabaré acostumbrándome a esto, al barrio, a las nuevas circunstancias, porque le quiero y le respeto, pero este es el único modo que poseo de rebelarme, de expresarle mi desacuerdo comprensivo y comprensible, lo que me disgusta y no puedo evitar, que a veces sueño con nuestra tierra y se me rompe el corazón, que me gustaría volver algún día, tenga o no que ir en las tripas del enorme pájaro de hierro para lamer el hocico de júbilo a mis antiguos compañeros y primos, a Naquel y Kubala, a Luky y Yura y a todos aquellos humanos que me quieren también.

Javi me llama ahora como si quisiera hablarme y son sus manos quienes lo hacen. Me dicen que me comprende, que él igual que yo está afectado por todos los cambios, que nuestra aventura continúa, que aún nos quedan sueños por realizar, cosas que aprender y descubrir. Y mientras nos miramos los entendimientos nos prometemos ser fuertes y resistir, ir a una con actitud, ilusión, sosiego y rebeldía.

Día 312

(Trabajo común)

Me propongo estar bien. Javi me ha dejado atada en el patio y no he ladrado ni aullado para no crearle más preocupaciones ni molestar a nuestros vecinos humanos. Me paso el día observando el cielo, la pequeña parcela de azul que me corresponde que atraviesan nubes, aviones y pájaros. Subo mis patas hacia la ventana para vigilar a las gallinas extrañas y a los patos. Sus polluelos han crecido mucho y pían para que sus madres les alimenten aunque ellas ya no lo hacen. Oso se ha acercado a olerme y me he mostrado más simpática con él. La humana con gafas me ha traído un hueso y yo le he lamido las manos.

Cuando Javi ha regresado por la tarde, su ropa olía a Pedro y a trabajo duro, a esfuerzo social solidario, a aprendizaje abierto, a creatividad y alegría. Hemos salido a pasear por la villa y un perro ha intentado morderme. Sin embargo cuando le enseñado los dientes ha retrocedido. Javi se ha puesto muy contento y me ha rascado con fuerza detrás de las orejas. Durante el viaje que hicimos al sur-norte me creció mucho el pelo y al defenderme se me eriza haciéndome parecer más grande.

De vuelta en casa Javi me ha dado de comer y él ha comenzado a teclear. Ha estado tecleando varias horas y después ha cenado y se ha tumbado con la pantalla sobre la cama para ver una película.

Veo su cara cansada y caigo que en esta semana no ha tenido aún ni un día de descanso. Ahora se arma un pitillo y abre la puerta de casa para sentarse en el escalón que da a la calle para contemplar las estrellas distantes. La luz de las farolas añaden distancia a la visión y sólo se distinguen las más brillantes. Yo me meto entre sus piernas y allí me acomodo. Él me acaricia con cariño y me besa la cabeza. Ninguno de los dos podríamos aguantar si no nos tuviéramos el uno al otro. La vida fluye en nuestra unión y este entendimiento, este trabajo común, nos hace libres.



Día 313

(Qué frío y qué rico el jamón)

Cuánto me ha alegrado comprobar que hoy Javi no se iba a trabajar sino que tras sonar las alarmas, las ha apagado, volviéndose a dormir otro rato. Ambos hemos podido descansar así de nuestras respectivas faenas y fatigas. Ha sido por ello un día increíble. Por la mañana nos hemos ido a pasear por el campo, más allá del fondo de la villa. De pronto hemos llegado a un lugar en el que los árboles imponentes espesaban su frondosidad y algunos brazos del río enorme nos impedían continuar. Los pájaros chillaban entre los árboles y hemos visto con asombro y curiosidad un animal extraño, como una rata gigante que nadaba en el agua y comía hierba en las verdes orillas. Yo no sabía hacia dónde ir por los múltiples rastros que se acumulaban en mi nariz y mis orejas se alzaban sin cesar con tanto ruido. Javi se reía al verme y escribía en su libreta, maravillándose del entorno. Desde por la mañana ha empezado a soplar viento del sur y ha bajado bastante la temperatura. El frío ha conseguido que volviéramos más rápido de lo que en verdad hubiéramos querido.

Después de comer hemos marchado a la calle de nuevo, esta vez al pueblo, y Javi ha entrado a comprar a una tienda muy grande. Ha salido con una caja enorme y hemos regresado a casa. Durante un rato ha estado montando un aparato y al enchufarlo desprendía aire y calor. Más tarde se ha puesto a cocinar y ha preparado una tortilla y pasta con chorizo y verduras con una salsa que olía a albahaca y queso. Luego se ha ido a la casa de la humana vieja y la ha invitado a cenar, también al cachorro grande, a la humana con gafas y al humano que vive en el fondo. Su pensamiento me ha contado los motivos. Creo que intentaba agradecerles su comprensión con mis ladridos y generar una corriente optimista desde el olfato y el gusto compartido. Durante un rato he estado tranquila sobre la manta, pero poco después el hambre ha hecho que mi nariz me llevara al mueble de la cocina, donde Javi guardaba el jamón y el embutido que la estrella nos trajo de nuestra tierra.

Cuando Javi ha regresado ha descubierto enseguida que me he dado un buen festín de jamón chorizo y salchichón, pero en vez de regañarme como yo esperaba, se ha reído, moviendo la cabeza y ha venido a la manta para hacerme cosquillas en la tripa. Pienso que se lo ha tomado así por pura empatía y ha querido recompensarme por el esfuerzo que estoy haciendo por adaptarme.

Ahora que Javi duerme, me doy cuenta que me duele la barriga. Afuera hace mucho frío, aunque el aparato de aire y calor nos mantiene calentitos en la habitación. Javi se mueve entre las sábanas, soñando que monta un caballo alado, y yo en mi manta no hallo la postura, y en esas me voy tirando pedos ibéricos.

Día 314

(Suficiencia)

Cuando siento a Javi doblar la esquina de nuestra calle con la bicicleta, ladro. Es de alegría, y en esto no hay confusiones. Vamos a pasear y Javi compra algo para cenar en el kiosco que hay cerca de casa. Ha de hacerlo así porque en casa no tenemos heladera y conociendo a Javi, por ahora esto va seguir así. Juego un rato con un perro al que le falta una pata y después regresamos a nuestra calle. Ya en casa, Javi teclea, y más tarde cenamos juntos. Luego él continúa tecleando y yo me tumbo sobre la manta verde para dormitar.

Antes de dormir Javi se fuma un pitillo de yerba sentado en la puerta para contemplar las estrellas distantes. Todos se sostiene y es suficiente para los dos. Todo avanza y no ha de volver. Cada vez necesitamos menos para vivir, y con ello poseemos mayor capacidad para ser felices.



Día 315

(Sinopsis del pasado, el presente y el futuro)

Quién sabe lo que nos espera. La mente de Javi funciona al compás de los acontecimientos, se ha vuelto custodia de los sueños que se construyen de a poco, porque somos humildes, y tenemos la paciencia necesaria y la inteligencia suficiente. Por ahora no hemos tenido que renunciar a nada. Aquello que luchamos y ganamos todavía obedece a nuestro esfuerzo, y todo lo que perdimos fue porque escapaba de nuestro control. Tuvimos que abandonar la pradera de un modo trágico y prescrito. A veces las utopías se marchitan porque el alimento mineral que las nutre se ha corrompido de humanidad y egoísmos. Javi pudo anticipar las señales y sentir en el viento lo que la vida trataba de decirnos. De este modo llegamos al barrio, a la frontera entre el pueblo y la villa, donde aún nos aguardaba el peor de los golpes: la pérdida de Che, la triste desaparición de nuestra hermana.

Tal vez nos salvó la venida de la estrella, con su amor incondicional y su bondad, con su cariño inagotable y su fuerza. Laurita nos guió de nuevo en su caída, iluminándonos como un faro entre la niebla. El viaje al sur-norte de esta tierra infinita tuvo un cariz marcadamente terapéutico, fue un paréntesis para reintegrar nuestras ganas, para descubrir el espacio inmenso comunitario y llenar de colores nuestros ojos. Sin embargo esta vez hemos sentido demasiado su partida, y nuestra aventura ha estado cerca de desmoronarse, creyendo que nuestro corazón no lo resistiría. Los días se colmaron de dificultades, de sentimientos turbios, y de pronto comenzamos a involucionar nuestros avances.

Menos mal que la rabia siempre afloja y el miedo resulta un imposible cuando uno se ha lanzado de cabeza al abismo. Sólo queda seguir intentando comprender por qué los hicimos, por más que ya lo sepamos. Buscar nuevas fórmulas de aprendizaje, concluir lo que empezamos, hermanar nuestras respectivas razas y especies, sacar de nosotros las herencias negativas, alimentar las buenas, y crecer como seres despreocupados del tiempo, de todo lo material, ansiosos de afecto y entendimiento, de alzar nuestra mirada por encima del desarraigo y tender nuestra mano a la vida. Somos dos bichitos que sueñan despiertos y dormidos, que luchan y se interesan, que intentan ser siempre mejores de lo que son.

Javi teclea sobre la mesa de la cocina. De sus labios cuelga un pitillo y desde la manta puedo oler sus pensamientos. El viento se cuela bajo la puerta del patio y arrastra hojas secas por el suelo. Nuestra tierra estalla en una revolución social sin precedentes. Son los muertos que olvidó la historia quienes la inician.