eSte Es uN EsPAcio rEduCiDo De lIBertaD cReaTiva y EspeRanZa aL TrAn...

sin ninguna referencia de ná

La fría angustia que emerge detrás de las cortinas del aire, se puede solventar con un chorro de inteligencia buena y el calor, que nace de los estímulos incandescentes de la vida, en el proceso infinito del vagar de las estrellas.

La candela puede comprender tus manos aprendiendo un oficio imaginable, y sentir (claro que se puede sentir) sentir con claridad todo aquello que haces y permutas y escoges y clamas y reinventas a partir de los elementos que te envuelven –en el ruido cotidiano del reloj- entre la brisa que lleva mariposas amargas y silencios acompasados, y esas lucecitas y también sombras.

Si a tu corazón le gusta asomarse a los abismos –como las miradillas que abandonan la seguridad de los portales- no te pienses primo/a que te encuentras ahí sólo/a. Recuerda que existe un cielo y un sueño y una tierra colmada de inciertos desafíos; y en mitad está tu mente, y todo aquello que genera: tus actos o tu indolencia…

Tu mente y la razón que ciñe todos los universos ajenos.

martes, 17 de diciembre de 2013

Diario de una perra en Argentina (Semanas 27 y 28)


Día 183

(Che se la gana)

El Pony ya está mejor. Javi lo ha estado lavando con agua y jabón y le ha limpiado los gusanos con un spray que huele a menta. Hay dos pollitos de gallina que han nacido pero es difícil que sobrevivan. Javi los ha encerrado en el corral de los gansos con su madre y allí les echa avena y agua y les protege de las ratas. A las crías de los gansos les están creciendo las alas y se pasan el tiempo moviéndolas y extendiéndolas para practicar futuros vuelos.

Javi hoy se ha ido a trabajar y nos ha dejado atadas debajo del camión junto a Negro. El día ha transcurrido sin mayores incidentes y ni los burros o los caballos han liado hoy alguna de las suyas. Cuando Javi ha regresado se ha ido sobre la bicicleta por la gran carretera hacia arriba y ha vuelto horas después con los ojos brillantes y nítidos y cargado de ilusiones. Lo sé porque se olían manando de su interior. Ha estado montando a Pepe y después se ha puesto a teclear como casi todos los días hasta que se ha hecho de noche. Che y yo andábamos como siempre por la pradera pero ella ha cometido un grave error. De pronto he escuchado que Javi la gritaba y es que llevaba en la boca uno de los huevos que empollan los patos. Lo ha dejado caer y se ha roto y había un pequeño proyecto de pato, deformado y sin plumas que ha quedado oscuro sobre la hierba. Javi la ha regañado enfadado y la atado con la cadena como castigo.

Ahora está tumbado en la tela colgada entre los árboles y yo estoy debajo, y Che nos mira debajo del camión sabiendo que hasta mañana no la levantarán la condena. Las estrellas distantes brillan en el cielo infinito y un pequeño cadáver alimentará las ratas esta noche, librando tal vez a los pollitos.

Día 184

(Los Santos)

Hoy hace justo medio año que vinimos a esta tierra. Lo sé porque de los pensamientos de Javi ha estado manando dicho aroma. No ha sido un día especial aunque en vez de pienso hoy hemos comido arroz con verduras y caballa. Javi lo ha traído de su trabajo y los ha repartido con Che, con Negro y conmigo y estaba buenísimo. Tal vez aparecían destellos de nostalgia en el brillo de sus ojos, pero los quehaceres cotidianos nos arrastran a todos. Por la tarde se ha marchado en el vehículo colectivo por la gran carretera hacia abajo y no ha vuelto hasta bien entrada la noche.

Cuando le he visto asomar por el portón enseguida he notado que Javi se había transmutado, algo olía sobre su piel, un olor a incienso y a tinta oscura. Sus ojos habían adquirido un nuevo destello, porque una vez más sus sueños humildes se realizan. Después nos ha soltado y hemos estado paseando por la pradera y subiéndonos a las ramas de los árboles inconmensurables. Luego Javi ha estado tecleando hasta tarde mientras Che y yo dormitábamos sobre los colchones de gomaespuma. Al terminar ha salido a fumarse un pitillo de yerba tumbado en la tela verde colgada entre los árboles. Los caballos, a los que dependiendo del día y la noche deja sueltos, se han acercado para olerle. Javi está diferente, como si su corazón se hubiera equilibrado y reunido una nueva energía.

Ahora le veo sacarse la camiseta y quitarse el vendaje que le cubre el brazo. Se lava con jabón y después de secarlo se echa una pomada. Sus Santos humanos, que son también los míos sonríen y contemplan dibujando la realidad desde allí. Este es un tributo por tantas ayudas y buenos momentos que nos brindaron; permanecer sobre su piel Y ahí estarán, no para siempre, pero al menos mientras Javi exista.





Día 185

(Arde la pradera)

Nos hemos despertado todos alertados por los ladridos de Negro. Olía mucho a humo y Javia ha salido corriendo para ver lo que ocurría. Unos humanos con unas máquinas estaban cortando la vegetación que rodea la pradera y los caminos y formando montones los quemaban. Che y yo hemos corrido ladrando hasta ellos pero Javi nos ha silbado para que volviéramos. Toda la mañana han estado haciendo lo mismo y por la tarde aún quedaban varias hogueras chisporroteando ascuas y cenizas.

Javi se ha ido a trabajar y nos ha dejado atadas. Entiendo que hoy su intención pasaba porque no nos acercáramos al fuego o molestáramos a los humanos. Cuando ha regresado ha estado componiendo la casa-chabola, pintando y tecleando. Se ha lavado de nuevo con jabón la piel del brazo y se ha echado la pomada. Mientras hacía la cena y nosotras estábamos esperando nuestra ración de pienso, de nuevo ha venido un fuerte olor a humo y al salir hemos comenzado a ladrar alertándole porque el fuego se ha extendido de una de las hogueras y ha entrado a consumir unos matorrales de la pradera. Los caballos, los burros y el pony se han puesto muy nerviosos y los gansos se han ido al otro lado, lo más lejos posible. Javi ha agarrado en seguida una tela vieja de uno de los corralones y ha ido a apagarlo. Golpeaba las llamas para ahogarlas y poco a poco lo ha ido consiguiendo. Después, con unos cubos de agua, ha marchado a apagar el resto de hogueras para que no pudieran extenderse como la otra.

Ahora los rescoldos brillan en la oscuridad. Hace un par de semanas que las luciérnagas desaparecieron, pero esta noche parece que regresaran. Arriba las estrellas distantes son los rescoldos del universo. Javi sale a la puerta de la casa-chabola a fumar. Che y yo corremos alegres persiguiéndonos y jugando. Los árboles inconmensurables sonríen; se han salvado del fuego y tal vez por ello, en el aire se respira paz.



Día 186

(La visión de Che)

Yo pensaba que no sabría hacer esto, pero resulta que es muy fácil. Ichi hoy me ha cedido la responsabilidad de expresar lo que nos ha pasado. Desde que estoy en la pradera mi vida ha cambiado mucho. Nací en San Pedro y siempre estuve en la calle, buscándome la vida junto a mis compañeras perros. Javi y Laurita vinieron a rescatarme y me trajeron aquí para acompañar a Ichi porque nuestra energía se encontró y ahora ya no podemos separarnos. Nunca podría haber imaginado tener un techo, un plato de comida, un colchón de gomaespuma sobre el cual descansar, tantas caricias y cariños y este universo de compañeros animales para compartir los días.

Al principio me portaba mal por no estar acostumbrada y perseguía a los patos y a los gansos pero después entendí que también viven con nosotros y he de respetarlos. Aprendí cosas de Ichi, como por ejemplo seguir un rastro y por ello, como perra, estoy muy orgullosa y satisfecha. De cuando en cuando aún la lío y de nuevo me porto mal. De pronto devoro un huevo o me escapo o escarbo dentro de la casa chabola. Javi entonces me regaña enfadado, aunque he de decir que merece la pena, pues es la libertad lo que representa a estas situaciones y en el fondo sé que Javi lo comprende. No hay nada que me guste más que cuando Javi se acerca a mi colchón por las noches y me acaricia o cuando juega conmigo, con Ichi y con Negro por la pradera. Otras veces me asusta. Desprende un olor humano egoísta contra el que lucha, pero su propia libertad le conduce asimismo en ocasiones a equivocarse y errar.

Ahora le veo llegar sobre la bicicleta por la gran carretera y ya la sube por encima del portón. Ichi y yo salimos corriendo de debajo del camión al no estar atadas con la cadena. Cuando se marchó hace unas horas él nos silbó pero no acudimos ninguna de las dos. Sonríe al vernos y no nos hace falta saber nada más. Como locas le alcanzamos saltamos a su alrededor moviendo el rabo y lamiéndole las manos. Él nos acaricia riendo y le brillan mucho los ojos al comprobar que estamos bien. Ichi me dice que viene de hablar con los suyos, con su familia y amigos humanos de aquella tierra de la cual vinieron. Yo lo ignoro todo sobre ellos pero Ichi a veces me cuenta. Tal vez algún día yo también pueda conocerlos, pero para ello creo que tendré que meterme en las tripas de un enorme pájaro de hierro, padecer una angustia ilimitada y atravesar con ella el océano.

Ichi es mi hermana y en ella confío. Javi es el humano al que seguimos las dos, porque ambas sentimos que así ha de ser y nada ni nadie nos podría hacer pensar lo contrario a ninguno de los tres. Esta unión no tiene una cadencia humana, es un litigio afectivo que nuestros antepasado firmaron con la mismísima vida mientras esta se sustente.



Día 187

(Javi se enferma de nuevo)

Ya ayer Javi estuvo tosiendo y le subió a la noche la fiebre. Y aunque hoy ha montado a Pepe, fabricado unos cuantos pendientes y tecleado unas horas, la temperatura ha empezado a aumentar en su interior y ha comenzado a oler a debilidad y escalofríos.

Se que le duele de nuevo la garganta y ya es la segunda vez en muy poco tiempo.

Este clima tan cambiante le afecta la salud. El calor húmedo, el frío que sube a veces del lejano y helado sur, el ventilador que no sabe utilizar y el sol intenso sobre un agujero.

Ahora está tirado en la cama viendo películas por su pantalla tecleadora, sudando sus males, y fumándose aunque no debiera algún que otro pitillo, por ser un ser imperfecto y sutil. A ver si se recupera pronto pues los días no son lo mismo cuando se encuentra así. No me gusta verle con ese gesto de dolor mientras tose y yo no poder hacer absolutamente nada. Bueno, subirme a sus pies.



Día 188

(Pasamos todo el día en el trabajo de Javi)

No podía imaginar al despertar que nos tocaría vivir un día como éste. Javi se ha levantado algo mejor, ha sacado a los animales, ha limpiado las cuadras y la casa-chabola y los ha echado de comer. Luego se ha aseado y ha desayunado contemplando la maravilla de la pradera sostenida por el sol del amanecer y la belleza de los árboles inconmensurables. Después se ha marchado a trabajar dejándonos atadas con la cadena debajo del camión, pero al poco rato ha venido para soltarnos y con gran sorpresa por nuestra parte nos ha llevado a su trabajo.

Al llegar nos ha presentado a sus compañeras humanas y a todos los humanos especiales que viven allí. Estaban todos sentados alrededor de una mesa enorme tomando esa infusión que llaman mate. Nosotras hemos estado un poco nerviosas al principio por ser este lugar nuevo; en verdad para mí no, aunque aquel otro día que yo estuve no fue del mismo modo; y por ello lo olisqueábamos todo sin dejar de dar vueltas y lamiendo todas las manos que se cruzaban a nuestro paso y que nos acariciaban. Ahora entiendo y desentraño el olor que Javi trae a casa todos los días. Es una mezcla del conjunto de todos y cada uno de esos olores individuales. Estos humanos están constituidos de una sustancia psicológica transparente y de este modo sus comportamientos está cargados de bondad y ternura pese a que a veces puedan ser muy agresivos. Hemos estado todo el día acompañando a Javi, felices, ayudándole en su trabajo, jugando con los humanos especiales y permitiendo que nos bañaran y secaran. Una humana muy simpática nos ha traído algo muy rico de comer cuando hemos terminado y más tarde nos hemos tumbado en una sombra sobre la hierba para echarnos la siesta en tanto los humanos especiales también lo hacían.

Unas cuantas horas después hemos regresado los tres juntos a la pradera, a descansar de este día tan especial por haber estado con los humanos especiales. Nos ha encantado estar con ellos y sería genial que todos los días fueran como éste.

Ahora Javi nos mira sonriendo mientras teclea y le brillan mucho los ojos. Me ha estado curando una herida profunda que me he hecho hace un rato en el lomo con un cristal cerca de la valla y ahora se acerca para comprobar que ya no sangro. Se sienta conmigo en el colchón de gomaespuma a fumarse un cigarro y mientras me acaricia yo le chupo la mano.



Día 189

(Che y yo somos jauría)

Javi se ha ido a trabajar y nosotras estábamos dando una vuelta, demasiado lejos para escuchar sus silbidos. Ha sido un despiste, pues a mí me gusta despedirle, aunque eso suponga que me quede con la cadena alrededor del cuello. El caso es que Che y yo andábamos por el canal del fondo de la pradera y por él hemos pasado por debajo de la gran carretera hasta llegar a otros campos que se encuentran al otro lado. En ellos hay unos árboles casi tan grandes como los árboles imponentes, aunque hay tantos cardos y cactus que nos hemos llenado de espinas. De regreso en la pradera y de ser conscientes de la ausencia de Javi hemos dedicado el día a cazar ratas. En anteriores ocasiones hemos inventado una técnica, que hoy hemos podido desarrollar y aplicar con una efectividad terrible para nuestras enemigas.

Al lado de la charca, debajo del remolque y los troncos de madera hay un montón de bocas de entrada y galería que ellas utilizan. Son como su carretera general y es allí donde atacamos. Antes las dos corríamos detrás de ellas hacia un lado u otro de este lugar y tarde o temprano acababan de hallar una vía de escape. Bien es cierto que alguna cazábamos por pura destreza, pero la diferencia es que hoy una de nosotras aguardaba al lado de la charca mientras la otra las perseguía por debajo del remolque. Cuando la rata intentaba escapar por la charca, se encontraba repentinamente con unas fauces sin posibilidad alguna de escapar.

Che y yo cazamos somos una pequeña jauría. Ambas somos inteligentes; y hoy su carne ha llenado nuestras tripas.

Cuando Javi ha llegado de trabajar se ha sentado en el banco detrás de los viejos camiones viendo cómo comían su maíz y su avena los animales. Nosotras le hemos hecho una demostración de nuestra nueva técnica y hemos cazado tres ratas en apenas unos minutos. Javi se ha puesto loco de y ha venido a acariciarnos y a hacernos cosquillas en la tripa. Al oler su pensamiento, éste se dirigía a los futuros nacimientos que pronto acaecerán en la pradera, y sin duda en cómo podrán ayudar estas muertes a sostener las recientes vidas.

Ahora notamos el desconcierto de las ratas y no se atreven a salir de sus madrigueras. Por ello, los pollitos de la gallina tienen una oportunidad y bajo las estrellas distantes pían llamando a su madre.





Semana 28

Día 190

(La pantalla tecleadora)

Después de que Javi se haya marchado a trabajar con los humanos especiales, Che y yo nos hemos quedado sueltas debajo del camión. Ha hecho mucho calor desde por la mañana y no apetecía andar por ahí, bajo el ardiente sol. Todos los bichos buscábamos sombra y agua y así las horas sudaban pegajosas adhiriéndose unas con otras.

Al regreso de Javi por la tarde ha compuesto la casa-chabola y barrido los alrededores. Ha echado de comer a los animales y se ha puesto a teclear. Dentro de la casa chabola hace mucho calor pues las chapas de metal lo acumulan. Y por ello Javi ha encendido el aspa que gira, para remover el aire y enfriarlo. Hasta que ha venido la noche ha estado tecleando en su pantalla tecleadora y más tarde ha puesto música y ha preparado la cena. Luego de cenar ha seguido tecleando incansable y fumando muchos cigarros. Con el aspa que gira desaparecen los mosquitos y se está muy bien, pero Javi debe de tener cuidado pues cuando le da un rato de manera directa se resfría y le sube fiebre. Che y yo nos hemos tumbado a sus pies para que el aire frío nos alcanzara, y así nos hemos quedado dormidas.

Ahora nos despertamos pues Javi ha terminado de teclear y se dispone a dormir. Somnolientas nos vamos a nuestros respectivos colchones en tanto Javi desconecta para que también duerma a su extraña pantalla tecleadora, la cual materializa sus pensamientos, sentimientos y deseos.



Día 191

(Problemas laborales y sindicalismo)

Por un sueño Javi que olí anoche mientras dormía, en su trabajo hay problemas. No están pagando y todos los trabajadores andan enfadados y con ganas de liarla. En esta tierra los sindicatos humanos y gremiales son más importantes que lo eran en la nuestra, aunque Javi no está dentro de ninguno, pues en verdad no le tienen contratado y le pagan muy poco. Aún así sus ganas de luchan permanecen intactas, aunque él se juega mucho más que un sueldo, sino la oportunidad de continuar su sueño de estar aquí. Tal vez este argumento sea equivocado y no haya que temer a las consecuencias. Los sindicatos por aquí actúan de manera más contundente y además de las huelgas soterradas; es decir camufladas, se utiliza el auto-sabotaje y los piquetes. Por ahora Javi se ha negado a agarrar el anticipo del sueldo pues el empresario suele aprovecharse de estos cortes para ahorrarse algo de plata. Muchos de los trabajadores son analfabetos o con un nivel cultural muy bajo y de eso se aprovechan. Javi habló ayer en una pequeña asamblea que se organizó en un descanso del mediodía y los animó a permanecer unidos y pedir una serie de medidas a la dirección en una hoja firmada por todos. Como accedieron, la coordinadora de profesores se la pasó a la subdirectora al final del día y los sobres con los anticipos quedaron casi al completo en secretaría ante el asombro de los jefes, pues era la primera vez que sucedía en esa institución.

Javi hoy ha llegado con los ojos muy brillantes, pues la lucha al parecer ha tenido sus frutos. Hoy han comenzado a pagar los sueldos al completo, aunque a Javi de momento no. Los jefes han hecho reuniones individuales con los compañeros para separarlos pero no han debido conseguido, porque los que debían de cobrar se han negado hasta que estuvieran los sueldos íntegros de todos ellos. El coche del director ha aparecido con dos ruedas rajadas y la bicicleta del coordinador de dirección con los radios torcidos. Los trabajadores siguen cumpliendo fielmente con sus distintas labores, pues los humanos especiales no tienen la culpa de estos desmanes sociales, efecto de la desigualdad y coacción del poder; pero con la oficina las relaciones están rotas.

Javi se cura de estas cuestiones sociales en la pradera. Pasea con Che, Negro y conmigo y se tumba a fumar un pitillo sobre la tela colgada entre los árboles. Después teclea unas horas y se limpia la mente, alimentando su cuerpo con una rica y abundante cena. Mañana tocara seguir peleando por unos derechos que son fundamentales: la dignidad, y el cobro de un esfuerzo pactado con o sin contrato.



Día 192

(La Cana y los saqueos)

Nos han despertado el sonido de las sirenas. Era mediodía y Che y yo estábamos tumbadas debajo del camión dormitando. Se ha roto la paz y eran varios coches donde los humanos se perseguían y se cercaban, gritándose y disparándose. Dos jóvenes humanos se han refugiado detrás de su auto y con unas pistolas tiraban a los policías -que aquí llaman la Cana-. Llevaban puestos unos pasamontañas y debían haber robado el auto, porque era muy grande y muy nuevo. La Cana, los disparaban a su vez y hasta que no se han quedado sin balas no se han rendido. Varios minutos después salían del auto con las manos levantadas y los policías les han puesto las esposas y se los han llevado en sus coches encendiendo de nuevo las sirenas.

A la pradera ha regresado la paz pero se ha quedado flotando en el aire jirones de miedo que se olían nítidamente. Así cuando ha vuelto Javi del trabajo ha sido un alivio para todos y con nuestras miradas todos tratábamos de contarle, aunque al parecer desde su trabajo los humanos también lo han estado viendo.

El día se ha diluido y el atardecer acudido a matizar las hojas verdes de los árboles inconmensurables. Javi se ha tumbado un rato sobre la tela colgada y ha estado fumando pitillos. De pronto ha aparecido un coche de la Cana y ha parado en el portón. Javi ha ido a hablar con los policías y poco después volvía con cara de preocupación.

Al parecer por todo el país está habiendo muchos robos y saqueos. Ocurre así: un grupo de humanos se pone de acuerdo y roban todos juntos un supermercado o una casa, desbalijando y desapareciendo del lugar en muy poco tiempo. Por lo visto los humanos jóvenes que han detenido hoy formaban parte de uno de estos grupos y están actuando desde hace días por la zona.

Esta noticia no es tranquilizadora y Javi hoy no puede teclear como otros días. Ha estado reforzando con maderas, hierros y clavos la casa-chabola y ha puesto otro tranco en la puerta. Por la noche tampoco ha encendido las luces de los corralones y ha dejado a los animales sueltos, como si no hubiera nadie viviendo en la casa. Che y yo nos hemos acostado temprano aunque él se ha quedado hasta tarde tecleando y fumando sin parar. Hoy no ha cenado y no ha podido salir a contemplar las estrellas distantes.

Ahora huelo sus sueños y veo que éstos representan el contexto vivido durante el día. Unos cuantos humanos con los rostros tapados tratan de entran en nuestro pequeño y humilde refugio. Javi, Che y yo nos las apañamos de distintas formas para nadie pueda entrar a destrozarlo. Y de este modo Javi corta con un largo cuchillo distintas manos que penetran por las grietas de la chapa y asimismo nosotras las mordemos rabiosas de sangre y desasosiego.



Día 193

(Whisky con Coca-cola)

Muy poco que decir de hoy. El calor es poderoso y húmedo. La sombra de debajo del camión también se calienta y hasta la cadena que llevo alrededor del cuello. Menos mal que la hemos llevado poco rato, que si no. Che parece más acostumbrada, se nota que nació aquí, por ello su adaptación es mayor y más cuando Javi y yo venimos de vivir dos inviernos seguidos.

Javi hoy no ha ido a trabajar y ha estado descansando. Se fue a comprar por la mañana pero regresó a la pradera temprano. Ha estado haciendo pendientes y tecleando aunque la mayor parte del tiempo tumbado sobre la tela colgada entre los árboles.

Por la tarde noche. Después de dar de comer a los animales y guardarlos, ha prendido el ventilador y se ha puesto a teclear y a beber whisky con coca-cola sin parar. Ahora está borracho aunque continúa tecleando. Es como si necesitara beber para escribir las cosas que escribe. Javi está contento porque ha logrado expresar la amargura y el miedo. Apenas se tumba se queda dormido, con las luces encendidas, rendido, como si hubiera estado andando cientos de kilómetros por las montañas. Yo escucho a las ratas pasar por su carril detrás de la casa-chabola. Javi puede descansar. Voy a velar por él para que nada perturbe sus sueños.





Día 194

(Manu Chao)

Quién es Manu Chao. Esta pregunta me la he estado haciendo desde esta mañana cuando Javi se ha despertado y he olido en su interior este nombre humano. La cuestión es que el día y la noche iban a estar condicionadas a este nombre y el caso es que me sonaba, pero hasta que no me unido a Javi viajando en su corazón no he podido reconocerlo.

Javi ha compuesto la casa chabola y los corralones. Ha limpiado los alrededores y ha limpiado la herida al pony. Ha comprobado a los pollitos de la gallina clara y ha contado los treinta y ocho gansos compañeros. Cuesta distinguir a las crías de lejos, aunque sólo hay que fijarse bien. Luego se ha duchado y arreglado, nos ha puesto de comer en abundancia, nos ha atado debajo del camión dejándonos un gran balde de agua y se ha marchado en el vehículo colectivo por la gran carretera hacia abajo. De tanto calor me ha comenzado a entrar sueño y se me cerraban los párpados. Cuando he vuelto a abrirlos ya estaba de nuevo dentro de Javi y veía a través de sus ojos.

Ha llegado así al sitio de los perros. Me ha encantado regresar y recorrer sus calles, aunque el sol apretaba y no se podía estar salvo a la sombra. Pronto he distinguido la casa en la que estuvimos viviendo un tiempo y nos han abierto la puerta los hermanos humanos: el que vivía con nosotros y el que lo hacía al lado. Han estado muy simpáticos y nos han ofrecido de beber y nos han prestado un bañador para meternos en una especie de pileta de plástico que han colocado en el patio. Dentro se estaba genial, y allí hemos estado un par de horas. Después ha ido a comprar una hamburguesa en un sitio que le encantaba y de camino nos hemos encontrado con Noa. Los dos se han puesto muy contentos y Noa olfateaba a Javi como si me oliera por dentro. Juntos hemos regresado así a la casa dando un rodeo por el parque. Más tarde el humano que vivía con nosotros y Javi se han marchado en la moto a dar una vuelta hasta el río enorme y han estado bebiendo cerveza en el muelle, viendo pasar los barcos y charlando. De regreso han ido a por un coche y Javi lo ha conducido hasta la casa. Estaba tan contento que el humano que vive con nosotros le ha dado permiso para dar una vuelta con él, haciéndolo así, para regresar como una hora después satisfecho.

Al rato han venido unas amigas humanas y hemos salido para la gran ciudad por la gran carretera panamericana. La tarde comenzaba a caer y el calor también, con todo en el aire flotaba mucha humedad y se pegaba a la piel y a las ideas. Hemos llegado a un barrio céntrico aunque alejado del río. En un parque que llamaban Centenario y que estaba lleno de puestos de artesanía, niños jugando y músicos callejeros, nos hemos juntado con otros humanos y humanas y hemos estado bebiendo Fernet un par de horas. Qué extraño eso de beber y emborracharse. Lo he llegado a sentir y se embotaban las sensaciones, amplificándose a la vez y desatando emociones dormidas. Los colores se avivan y las voces se juntan. De este modo hemos caminado unas diez cuadras hasta el estadio del Club Ferrocarril Oeste, cada vez junto a más humanos y humanas, que ya en las cercanías del mismo, poblaban y saturaban las calles generando un murmullo sobrecogedor. Una humana que nos acompañaba ha repartido las entradas para el concierto y hemos entrado para situarnos en la parte central hacia el fondo del coso. Aunque al principio parecía que no querían entrar al mogollón finalmente lo hemos hecho y cuando las luces del escenario se han encendido y la música ha empezado a soñar, nos hemos alegrado, porque una intensa energía nos ha golpeado los sentidos y de pronto es como si Javi y yo nos encontráramos en casa, en nuestra tierra.

Manu chao ha estado tres horas y media tocando para una masa humana multiétnica y multicolor. Todo el mundo botaba y conocía la letra de las canciones, fumando marihuana sudando sus males y sus bienes. Como si un decorador mágico lo hubiera establecido, casualidad o no la luna casi llena se encontraba encima del escenario y cuando Manu Chao cantaba arriba la luna, el universo conspiraba con él como un quejido. Javi se ha emocionado cuando ha tenido un momento de recuerdo con España y ha comenzado a decir que en estos momentos la rumba se muere, que la gente de nuestro país está sufriendo, que hay mucha necesidad y el pueblo está dolorido, que aunque parezca mentira los ricos del ayer son los pobres de hoy, que la argentina sea solidaria y acoja a sus emigrantes como años atrás aquella tierra lo hizo con ellos. Varios humanos y humanas han abrazado a Javi y éste no podía dejar de llorar. Si este músico le gustaba mucho a Javi, pues a veces en su pantalla tecleadora lo hace sonar, desde hoy ha pasado a ser algo más. Sus canciones de repente son una realidad para nosotros y con esa realidad hemos de construir nuestro porvenir y nuestros sueños.

Después del concierto hemos ido a un centro ocupado y hemos seguido bebiendo. El cansancio hacía mella y poco después decidíamos volver a casa. Una humana intentaba hacer que Javi no se fuera pero la noche no daba para más. El alba empezaba a dibujarse en el horizonte. El regreso en coche Javi se ha quedado dormido y yo he regresado a mi cuerpo debajo del camión. Un simple parpadeo y todo regresa a su lugar. Che está dormida a mi lado y Negro en su caseta. La pradera rebosa paz y los primeros pájaros comienzan a cantar el día. Los gansos aguardan que Javi les abra, al igual que los caballos, los burros, y el pony.

Javi aparece por el portón de la entrada un rato más tarde. Viene destrozado y somnoliento, con cara de sueño maltrecho y esperanza. Nos suelta de la cadena, saca a los bichos. Se prepara algo de comer, y tumbado en la tela colgada entre los árboles, contempla el amanecer que trae los verdes diversos y los sonidos cotidianos sintiéndose una bala perdida, un cachito de alquitrán flamenco en la tierra de la cumbia y el tango, un fantasma en la ciudad, mano negra ilegal, perdido en el corazón de la grade babilón, un clandestino, una raya en el mar.





Día 195

(La primera ola de calor)

La ola de calor. Por lo visto la anunciaban los días anteriores. Llegamos a los treinta y nueve grados con desmesurada humedad. No se puede uno mover. No se puede hacer nada. Beber, dormir, apenas buscar el lugar más fresco y esperar a que todo acabe. El aire marea, el sol arde en tus ojos. Los pájaros no vuelan, ni los insectos los hacen. Todo descansa y evita morir. No obstante, con el ventilador encendido, Javi teclea y suda su historia empalmando un pucho con otro entre grandes sorbos de agua helada.



Día 196

(Compilación)

Casi sin darnos cuenta las semanas pasan. El calor crece y la pradera va perdiendo pasto. Los caballos, lo burros y el pony pastan muchas horas y buscan sucedáneos en las hojas en los campos contiguos. Javi les da más avena pero dentro de poco no será suficiente. Las luciérnagas se han ido definitivamente dejando solas en el cielo a las estrellas distantes. Pájaros nuevos nos visitan mientras que otros se han marchado tal vez buscando temperaturas más frescas. La casa-chabola se calienta como un horno, aunque por suerte los árboles nos dan sombra y casi siempre corre el viento entre las ramas. Los gansitos han crecido y son adultos y ahora la guerra con las ratas enfoca a los dos pollitos de gallina que Javi mantiene encerrados en un corralón con su madre. Dos patos continúan empollando pese a que uno no tiene huevos debajo. Ni rastro de los animales extraños que viven bajo la montaña de palés, pero sí de las iguanas. El pavo continúa inconmovible aunque tiene una mirada triste en los ojos. Negro está más delgado porque apenas quiere comer. Se le notan los huesos de la cadera y Javi anda preocupado con él. Che sin embargo está feliz y casi parece que hubiera vivido con nosotros toda la vida. Javi la da incluso más libertad que a mí, porque nunca sale de los alambres de la pradera; y yo en cambio sí. El día a día en la pradera transcurre con calma y lo mismo en el trabajo de Javi con los humanos especiales. Javi parece muy contento y satisfecho con su labor, pero el problema es que ahora no le pagan. Tenemos nuevos amigos humanos, además de los que mantenemos por querencia y necesidad. Los círculos lentamente se abren y los santos que Javi ha tatuado en su brazo velan por nuestro porvenir. Pronto será verano y habrá que ver si con él aumentan los mosquitos. Ya hemos aprendido a defendernos de ellos bien pero hay noches, cuando se para la brisa, que parecieran millones y millones. Es una época rara, porque el año va a terminar y el calor diluye cualquier sensación a este respecto, como si fuera una especie de espejismo descentrado. Javi no para de teclear y a veces parece imbuido de una energía inagotable.

Buenos sentimientos nos llenan porque los sueños se sostienen, la vida nos permite continuar. Con todo puedo oler la preocupación de Javi por los suyos. Las noticias que llegan de nuestra tierra no son las esperadas ni las mejores, pero tampoco las peores. Hay estrellas distantes que pugnan por venir. Javi comienza a contar los meses y los aprendizajes. El ritmo del trabajo y de la acción poética construye almanaques en su mente y la nostalgia acude para elevar puentes sobre el océano que nos separa.

Ahora le veo venir hasta el colchón de gomaespuma y se sienta a mi lado. Me dice las ternuras de siempre, aunque añade una que hace poco preparó al comprobar mis canas sobre la nariz y las cejas. Me llama viejita y yo muevo el rabo al comprender. Me tumbo sobre sus piernas y dejo que sus manos recorran todo mi cuerpo. Vieja o no sigo siendo para él la más bonita, la más gorda y la más buena. Che asoma y los dos le hacemos un gesto para que se acerque. Se pone contenta y alza sus patas saltando sobre nosotros. Somos así dos perras y un humano compartiendo la existencia y un colchón, en esta tierra prodigiosa y capaz, dentro de nuestra casa-chabola, en una pradera verde y maravillosa que guarda la sombra y la copa de los árboles inconmensurables.

martes, 3 de diciembre de 2013

Diario de una perra en Argentina (Semana 25 y 26)

Día 169


(Alternativas)

Probablemente no hay nada que hacer. A nosotras nos gustaría estar siempre sueltas pero hay peligros que se nos escapan. La pradera es un ecosistema relativamente tranquilo, pero más allá de sus límites la marabunta humana se come la geografía y se introduce en cada rincón, desmenuzándolo y transformándolo. Hay coches, vehículos colectivos, camiones, motocicletas, hay humanos desalmados que se nos llevarían como le pasó hace unos días a un perro blanco que vivía en los campos de flores; algunos nos envenenan, otros nos odian. Y los más, que nos aceptan, desconfían porque no nos conocen.

Cuando Javi nos ata debajo del camión y se marcha a trabajar con los humanos especiales no lo hace con el mismo rigor que antes, ya ha habido algún día que Che Lokita ha quedado desatada y al volver estaba conmigo, lo mismo, debajo del camión. Cuando coloca la cadena alrededor de nuestro cuello, duda y se va, en tanto sus ojos destellan humedecidos, confundidos, buscando hasta encontrar las razones de por qué lo hace. Sus sentimientos no están claros en esta cuestión y lo que ayer era claridad hoy se ha convertido en confusión.

Así, después de regresar del trabajo, de marcharse de nuevo sobre la bicicleta por la gran carretera hacia arriba, de volver a la pradera con los ojos brillantes por hablar con los suyos, nos suelta y todo encaja en sus deseos. Nos ve correr libres y parece muy feliz. Nos llama y nosotras acudimos moviendo el rabo. Paseamos también con Negro y la noche va trayendo a la pradera una paz incombustible. Las luciérnagas concurren al igual que las estrellas distantes y las ramas de los árboles inconmensurables son mecidas por la brisa que viene del sur.

La libertad rueda en la cabeza de Javi y él trata de atrapar todas sus formas. Sabe que lo más importante es quitarse el miedo; ver delante de los pies un abismo y saltar en él.



Día 170

(La muerte del ganso mayor)

Hoy ha sido un día tranquilo, caluroso, con viento, en el que apenas se ha sentido la ausencia de Javi y el polvo lo cubría todo. Ha dejado los burros, los caballos y el pony encerrados en las cuadras aunque los gansos los ha soltado.

Por la tarde ha regresado del trabajo y ha estado componiendo la casa-chabola. Después se ha puesto a teclear durante horas, hasta que la luz del atardecer caía sobre los árboles inconmensurables.

Entonces ha ocurrido algo, como si la muerte hubiera pasado su mano invisible sobre la pradera. Los gansos andaban comiendo moras alrededor de la tela colgada entre los árboles. Javi se fumaba un pitillo balanceándose en ella y pensando en distancias y antiguos amores. Negro dormitaba y Che y yo corríamos alegres, olisqueando rastros y sacando algún bocado de la nada. Se ha oído un aleteo muy fuerte que ha hecho que nuestras orejas se levanten, y ha crecido el silencio tras él. El ganso mayor, el líder del clan, el jefe poderoso y sabio, aparecía con las patas hacia arriba, doblando con fuerza sus alas, como si se las agarraran por detrás, y con el cuello inmóvil y los ojos fijos. Se había muerto. Javi se ha acercado hasta él y le ha tocado con un palo, ya que no estaba seguro de su expiración y este ganso podía dar un picotazo peligroso, dado su carácter agresivo y protector. Luego de comprobar lo evidente, Javi se ha quedado algo aturdido, como si esta muerte repentina ocultara algún significado desconocido. Todo el clan le ha rodeado y las hembras se han puesto a cantar una canción fúnebre. Los machos estiraban sus cuellos dando vueltas y las hembras lo hacían con sus patas, en el aire, como representando o imitando al difunto. Tal vez era su manera de despedirse. Javi les ha dejado un rato para que lo velaran y luego los ha encerrado en su corral. Pronto el clan habrá de elegir un nuevo jefe, pues el viejo, al que hoy le llegó su hora, ha quedado colocado junto a la valla, descansando sobre la maleza para que esta noche se lo coman las ratas, y quizá así evitar que maten algún otro pollito, siendo éste el último acto de protección del jefe con los suyos.



Día 171

(¿Dónde se va Javi?)

Algo se olía, pues casi nunca me pillan desprevenida en intuiciones. Los perros tenemos esta suerte que algunos contarían como desgracia. Podemos oler el futuro del mismo modo que fuera un jirón que trae el viento, y más que el nuestro, el de los humanos a quienes estamos unidos.

Javi se ha ido a trabajar como siempre y el día ha trascurrido con normalidad. Los caballos, los burros y el pony seguían encerrados como ayer y el clan de los gansos, tras la muerte de su líder, no parecían muy afectados, aunque tal vez hoy caminaban por la pradera divididos en pequeños grupos dispersos. Javi ha regresado y casi al momento se ha duchado, frenético. Nosotras hemos aprovechado para acercarnos a los prados contiguos, esos que tienen tantos huesos viejos de oveja desparramados.

Hemos vuelto al escuchar los silbidos de Javi y nos ha atado a la cadena de nuevo. Tenía puesta su mochila y parecía preparado para irse. Sin embargo manaba de él un olor diferente, una mezcla de nervios, ilusión e incertidumbre que llegaba a mi nariz nítidamente. Sus ojos brillaban humedecidos y se ha despedido besándonos y acariciándonos la cabeza y la nariz. Le hemos visto irse por el portón de la entrada y de cuando en cuando volvía su cabeza mientras esperaba el vehículo colectivo.

Sé que sucedía algo extraño, porque han transcurrido muchas horas, la noche avanza y no ha vuelto ni va a volver. Somos nosotras quienes tendremos que velar por el brillo de las estrellas distantes y por la seguridad de todos los seres de la pradera. Huelo y tanteo el aire intentando averiguar lo imposible. Todo está muy vacío sin él. Pero el caso es que desde que me besó la nariz al despedirse, de cuando en cuando, me vienen ráfagas de imágenes, como si pudiera ver a través de sus ojos.









Día 172

(Salida Montevideo)

Durante un instante pestañeo y ya no contemplo la pradera ni a Che ni a mí misma tumbada bajo el camión. La cadena alrededor de mi cuello cae en mi imaginación y el universo se trastoca; las almas se unen, velan unas de otras; se persiguen; son entonces una. Camino así por calles desconocidas en el amanecer primero, ni siquiera a medias de encender la luz del alba, entre edificios altos, respirando mugre. Veo a través de los ojos de Javi sin discontinuidad y, con una claridad que al principio me confunde, creo estar soñando yo. Estoy en las calles de la gran ciudad, enorme y solitaria. El paso apresurado, en la mano un cigarro y sintiendo el humo en mi garganta. Tengo sueño pero me apresuro y en la mente llevo nostalgias y preocupaciones. Me he dejado la puerta de casa-chabola abierta y las llaves puestas en el candado; ya he avisado a Omar, un compañero del trabajo, y tal vez todo se resuelva en unas horas, pero ahora me quema más llegar a tiempo para agarrar el barco. Me dirijo hacia Puerto Madero y comprendo por qué. De pronto puedo reflexionar como un humano, estoy en la cabeza de Javi y me doy a su capacidad y a sus sensaciones, percibiendo y analizando lo mismo que él.

En la plaza San Martín, pegada a la estación de Retiro, distingo a un grupo de chavales que despiertan mi desconfianza. No es el olor lo que me guía; cientos de conexiones neuronales procesan y comparan la realidad exterior con la información almacenada en mi memoria. Por ello los evito; la bordeo por el lado izquierdo, que da a la entrada de la estación, pero ya se está acercando un flaco con una gorra, borracho, los ojos enrojecidos, diciéndome que le de fuego y después plata. Yo calculo la situación, con rapidez. Dentro de la mochila llevo mi vida: la computadora, mi novela y todos mis escritos, la cámara de fotos, seiscientos pesos, las tarjetas, el DNI, el billete de embarque y el pasaporte. Le respondo que no tengo nada. Le ofrezco un cigarro y que se quede con el mechero. Entiendo que si cedo tratará de sacarme más porque las cosas son así en estos casos. Le explico y no debería que no tengo dinero ni para el colectivo, que por eso voy caminando e inmediatamente echo a andar. Él me sujeta fuerte del brazo y afirma con seriedad que va a pegarme un tiro. En ese instante un fuego trepa desde mi estómago y arde sobre mi pecho y mi frente; son nervios puros… o la muerte gritando mi nombre y la fecha. Entonces me vuelvo y le golpeo con el puño varias veces la cara, no con los nudillos, sino con la parte de debajo de la mano, torciéndola como un martillo, hasta sentarle en el suelo. Que nadie intente esclarecer o separar los pensamientos o las emociones que me guían ahora porque se han adherido; son una mezcla imperfecta de instinto y consciencia, con una complejidad arbitraria, casi atroz. Tal vez por ello no digo nada; y él tampoco. Camino de nuevo sin mirar atrás aunque unos veinte metros más adelante giro la cabeza para comprobar si el otro me sigue. El chaval continúa allí sentado, con cara de incredulidad y al menos, en apariencia, tranquilo. Con el corazón latiendo sin control, en arritmias, desacordes, y torbellinos recorro la avenida Antártida Argentina vigilando cada sombra, atento a los sonidos, a cada auto que pasa o humano que se cruza o animal o rama que se mueve. Voy como un bucle de energía descomunal que busca una salida para escapar y consumirse, al que le tiemblan las piernas y se le saltan las lágrimas, pero por suerte ya estoy entrando por la puerta de la terminal marítima y respiro el aire de la madrugada como aquella primera vez cuando nací de la cual de pronto me acuerdo con una claridad abrumadora. Vuelvo a salir para fumar, para calmarme y calibrar los augurios. Hablo conmigo mismo, me digo que elegimos nuestros propios presagios, que no me deje vencer por lo negativo, que el día acaba de comenzar y es probable que el optimismo ayude, que necesite de todo el brillo de mis ojos. Entonces voy al baño. Es tan curioso mear de pie, cagar sentada, lavarme las manos, tantear el rubor de las intimidades humanas y colocar en ellas un plastiquito con un poco de yerba clandestina. Luego probar el café mientras espero en una fila de personas, y después en otra. Al final de la segunda me registran, me toman las huellas y me permiten el paso a un espacio acristalado donde una multitud de cientos se sientan y aguardan, bostezando, charlando, riendo, comiendo, leyendo, escuchando música, en grupos, o parejas, o como yo individualmente, hasta que transcurrido un tiempo impreciso se forma de nuevo otra fila, esta vez para subir al barco, gigantesco, como un edificio que flotara, y después de colocarnos unas calzas de tela en los pies nos sentamos cada cual donde quiere o puede, yo en una ventana, y en pocos minutos aquello se pone en marcha, el puerto se aleja, los rascacielos se empequeñecen, la gran ciudad es sólo un punto, y el río se vuelve mar y el mar océano, comiéndose el horizonte para unir esos dos cielos que no pueden ni quieren. El de abajo está contaminado, marrón, pero al crecer la distancia se torna verde, luego azulado, jamás azul, y así se mantiene un rato. Un tipo de unos cincuenta años que se ha sentado a mi lado habla con su mujer, situada en el asiento de delante. Su acento me recuerda a Cadaqués y a Cap de Creus durante aquellos viajes locos que fueron el comienzo de mi apetencia por las escapadas antisociales. Intercambian unas palabras en catalán y resulta que son de Barcelona. Les ofrezco cambiarnos de sitio, para que puedan sentarse juntos, pero no acceden. El hombre y yo charlamos durante todo el viaje de las circunstancias de nuestro país y aunque discrepamos en ciertos detalles ambos concluimos que aquello es una mierda y que más valdría liarse a tiros. El agua vuelve a tornarse verde y luego marrón. Una ciudad progresa en el horizonte antes vacío y se va volviendo nítida definiendo su perfil de edificios, playas y cerros. Estamos llegando a Montevideo, la capital de Uruguay, y de repente me da por recordar poemas de Mario Benedeti, del tipo ¿acaso los árboles no son solidarios? digamos el castaño de los Campos Elíseos con quebracho de Entre Ríos o los olivos de Jaén con el sauce de Tacuarembó… El barco atraca en puerto y desciendo a este país ignoto que me abre sus puertas y la posibilidad de perpetuar mis sueños. Tengo apenas unas horas para volver a embarcar de regreso a Buenos Aires y he de darme prisa. Tomo así un autobús que recorre la ciudad y atravieso en él el barrio colonial, el centro histórico, las modernas avenidas, los hoteles monumentales, el estadio centenario, el palacio presidencial, el monumento al trabajo, los barrios populares y los exclusivos y toda la costaneda, es decir, unos diecisiete kilómetros de playas que dividen las barriadas hasta regresar a la franja portuaria. Después de este circuito superficial en el que tomo nota de curiosidades autóctonas, hago cientos de fotos y hallo rincones sobre los que alguna vez leí, transito con mi soledad y mi mochila hacia la playa del barrio de Carrasco, unos de los barrios más populares y también peligrosos, con una playa tan linda como pequeña, bordeando la costa hacia el norte. Cuando llego me descalzo, me tumbo sobre la arena fina y descanso mis fatigas, la tensión acumulada y por primera vez en todo el día me relajo, contemplando las olas y sus penachos de espuma romper contra la tierra en inquietud. Hace una temperatura espléndida, me quito la ropa y busco en uno de los lados un sitio para bañarme. Me meto desnudo en el agua, ignorando que aquí podrían detenerme por ello, y me dejo llevar por las corrientes. Nado contento y al salir me seco con el sol sobre una piedra. Luego me visto y vuelvo a tumbarme. Me armo un pitillo de yerba y fumo. Los minutos se estiran entre mis dedos. La playa se va llenando de gente. Como es viernes, llegan directamente desde de la escuela o el trabajo. En Uruguay hay muchos negros y mulatos y otorga matices en los rostros. Los colores están desgastados, son más auténticos e impuros. Así es como yo esperaba que debía ser Sudamérica. Se nota la pobreza y la humildad en cada gesto. No veo ni un coche de policía. Sin más motivo que descubrir a mis semejantes me pongo a hablar primero con dos chavales mestizos que me invitan a una cerveza y me preguntan que de dónde soy. Juego un rato con ellos al fútbol improvisando una portería sobre la arena. Luego me junto con una muchacha a la que descubro escribiendo versos en una libreta. Es muy bonita y me da un poco de vergüenza acercarme, pero en cuanto me decido y la saludo ella me sonríe y me propone que me siente a su lado. Lo hago y armo otro pitillo. Fumamos y hablamos durante un buen rato, casi hasta que me tengo que volver hacia el puerto. La regalo uno de mis cuentos y ella uno de sus poemas. Nos reímos y cuando pretendo irme me besa en los labios. Me dice que es para que tenga un buen recuerdo de Uruguay pero en verdad ambos intuimos que no es sólo por eso. Nos despedimos como dos amigos que se conocieran desde hace años; sonriendo sin más. De regreso me meto por el barrio colonial y cuento muchos locales comunistas y anarquistas. La política está en la calle y la juventud es su custodia, fabricando cultura radical. El héroe de la independencia se llamaba Artigas y liberó al pueblo a la vez que acabó con la esclavitud; hizo algo así como un dos por uno en los derechos humanos y la libertad. En un bar pintoresco, con decenas de mates diferentes colgados por las paredes y fotografías de Gardel, me como un sándwich de chivito que me recomendaron los chavales de la playa, y se me ocurre que a mi abuelo Víctor le gustaría. Ya tengo que ir de nuevo al puerto y me apuro para sacar otras cuantas fotos y anotar todas cuantas peculiaridades observo.

En la zona de embarque, después de registrar mi billete de vuelta, llega la hora de la verdad, el momento por el que he realizado este viaje no deseado, obligado, innecesario. La fila de migraciones gira sobre sí misma y avanza como una culebra de humanos indiferentes. Otra vez me asaltan los nervios, esperando que todo salga bien y no surjan problemas. Ya me toca; un tipo con gafas mira mi pasaporte y sella la salida. Ahora queda la entrada a Argentina. Le corresponde a una muchacha joven. Mira la fotografía y me mira a mí. Coloca el sello y me devuelve el documento. Lo guardo en un bolsillo y aliviado marcho a sentarme en un banco. El barco ya está atracado y pronto habremos de subir en él para regresar a Buenos Aires en apenas dos horas y media. El tiempo transcurre lento, estoy muy cansado pero la ansiedad del día me mantiene alerta. Se me pasa por la cabeza, sin saber la razón, como un relámpago de conciencia o premonición, echar un vistazo al pasaporte y vislumbro nuevamente el estrago. Todas las alarmas se activan a la vez. Aquella muchacha me ha puesto la misma fecha de salida que ya traía; es decir, para el uno de diciembre del 2013, con lo que en una semana me convertiría en un ilegal. En ese momento llaman por el altavoz para que la gente comience a subir al barco. Yo no sé qué hacer. He hecho este viaje precisamente para renovar el visado y he invertido mucho dinero en ello. Si me vuelvo sin la nueva visa en esta misma semana tendré que hacer de nuevo el viaje. No puedo irme por tanto. Si pierdo el barco tendré que ir a la embajada española y solicitar ayuda, permanecer quién sabe los días hasta resolver la complicación. Bajo corriendo a la zona de migraciones; le digo desesperado a la muchacha que creo que se ha equivocado. Ella mira el pasaporte, me mira a mí y me dice que no hay ningún error. Le explico que han sido sus compañeros de migraciones en Buenos Aires los que me aconsejaron salir a Uruguay para renovar la fecha de salida y pone cara de contrariedad. Ella me responde que no puede hacer lo que le pido. Me enfado, le levanto la voz y llama a dos policías que se sitúan a mi lado, muy serios. Me ruegan que espere allí y que no monte ningún escándalo. Por los altavoces dan la última llamada para embarcar. Qué debo hacer. En ese momento aparece un inspector de migraciones y me pregunta qué ocurre. Le expongo todo y revisa mi pasaporte. La sorpresa es que se acerca a la muchacha y le dice que me ha cagado, que tenía que haberme puesto un nuevo sello de entrada con los noventa días estipulados para estos casos. La muchacha me pide disculpas, sonriendo con cara de boba; tacha la visa antigua y sella la nueva. Salgo precipitadamente, tropezando en las escaleras, chocando con una puerta de cristal, con la adrenalina presionando mi nuca. Por suerte consigo alcanzar a tiempo el barco y en unos minutos, agotado, contento, cargado de angustia, rabia y optimismo, me siento en el primer lugar que veo libre. El sol cae sobre los cerros y los edificios dorando el agua sórdida del río de la plata; la jornada ha sido tan larga que no parece una sino tres. Casi antes de que abandonemos el puerto, ya me he dormido. No sueño; sólo descanso. Por ello durante el viaje de regreso no hablo con nadie, nada más me interesa ni me conmueve. Únicamente quiero volver a la pradera, reencontrarme con los animales, sentirme seguro y a salvo, tumbarme en la hamaca y observar las estrellas distantes.

Me despierta de nuevo el movimiento al arribar a Buenos Aires. Desobedeciendo las normas y al personal de la empresa desciendo cerca de la entrada de desembarque. Son las once de la noche y el último colectivo que sale hacia Escobar pasa por Congreso de Tucumán a las 12. Tengo una hora para atravesar unos siete kilómetros de la ciudad pateando y en metro. Si no lo logro tendré que buscar un lugar para pasar la noche, o al menos hasta la nueva madrugada. Nada más salir de la zona de aduanas echo a correr por la Avenida de Córdoba hacia arriba hasta 9 de Julio. Desde allí marcho hacia el conocido obelisco y agarro el metro de la línea verde. Son quince paradas. En el metro voy de pie y no me importan ni las miradas ni las opiniones. Me siento en el suelo hasta que queda un asiento vacío. Mis pintas deben de ser horribles. Sucio y tostado por el sol, con unas ojeras de cansancio inconmensurables, transpirado y los ojos rojos por la sal y la hierba. Noto la zozobra de la señora que va a mi lado pero sinceramente me la suda. Cerca de Congreso de Tucumán compruebo la hora; las doce y cinco. Cuando se abren las puertas del vagón de metro salgo disparado por las escaleras mecánicas y marcho calle arriba, esquivando cuerpos y corazones hasta la parada del colectivo. Compruebo que justo ahora está llegando y me coloco en la fila extenuado, tratando de recuperar el aliento. Poco después estoy de camino a casa sentado al lado de una muchacha preciosa que huele a perfume y que me observa de reojo. Al contrario de lo que pueda parecer empezamos a hablar. Es como si necesitara contarle a alguien todo lo que me ha pasado, expresar cada incidente ocurrido. Ella me mira con asombro y termino durmiéndome sobre su hombro, sin querer, sin saber muy bien que lo hago. Son sus manos quienes me despiertan ésta vez. En la estación de Escobar le doy las gracias por su amabilidad y nos despedimos. Siento que el hambre me aprieta, que tengo que recuperar fuerzas y me acerco a comprar algo a un kiosco. Poco después ya estoy dentro de un remix camino de la pradera por la colectora oeste devorando un bocata de choripán y una hamburguesa, divisando la carretera panamericana con su tráfico incesante en un ir y venir de humanos y de historias que se enredan como un laberinto indescifrable.

Entonces, en el portón delantero, pestañeo otra vez y descubro que Javi se acerca caminando hacia nosotras. Otra vez me encuentro debajo del camión, junto a Che, con la cadena alrededor de nuestro cuello. Nuestras almas han vuelto a separarse, al menos por ahora. Javi nos desata ahora, feliz, y nos acaricia sonriendo. Va a saludar a los caballos, abre la casa-chabola. Nosotras corremos a su alrededor moviendo el rabo y saltando sobre sus piernas. Enciende las luces, se prende un cigarro. No pone de comer. La pradera rejuvenece de oscuridad. Por fin ha vuelto. Todo ha terminado. Estamos todos juntos otra vez, amparados por los santos que nos protegen y por las utopías que anhelamos y luchamos. Javi se tumba sobre la tela que cuelga entre los árboles y el aire le mece, contemplando las estrellas distantes y la silueta de los árboles imponentes. Nuevamente soy una perra y me concibo como tal. El olor asalta mi cerebro como una marea retenida por un gran dique que gobierna la realidad. Y así huelo sus pensamientos y sentimientos como antes. Pero qué curioso ha sido ver con sus ojos y compartir con él este día trascendente en el que nuestro porvenir ha pendido de hilos flacos.



Día 173

(Barrio del Cazador)

Nunca se había levantado Javi tan tarde desde que estamos aquí, en la pradera. El mediodía rozaba mandando calor y las legañas poblaban nuestros ojos. Che y yo teníamos ansias por salir y nos hemos atropellado en la puerta de la casa-chabola para ir a orinar. Somnoliento, Javi ha hecho una colada de ropa sucia y la ha tendido al viento, después se ha ido sobre la bicicleta por la gran carretera hacia abajo y ha vuelto un par de horas más tarde oliendo a villa humilde, a humanos buenos, a puchero y gasolina. Sin embargo nada más regresar se ha marchado de nuevo, esta vez en una motocicleta. El humano que vivía con nosotros en el sitio de los perros le esperaba en el camino que bordea la pradera y Javi ya no ha vuelto a aparecer hasta la noche.

Como de la capacidad de ayer aún me quedaba algún rescoldo, he podido entrever a Noa, a la cachorra que paraba por casa, al humano que vivía al lado de nosotros, al humano del quiosco de enfrente y las calles del pueblo que nos acogió aquella época que parece tan lejana sin serlo. Luego he presenciado paisajes del Paraná, en un lugar llamado el barrio del cazador, árboles y plantas con flores increíbles, pájaros exóticos y una pequeña casa en mitad de aquella selva donde viven una madre humana y su cachorro. También he visto a Javi manejar un coche y a la cachorra humana comerse un helado de chocolate, y he olido el olor del bife de chorizo a la parrilla, a la yerbabuena y a la marihuana, y las mismas claves del engaño sobre la sonrisa a veces real y otras artificial de Javi, las ganas de volver con nosotras, el colectivo nocturno y el retorno extendido.

Nada más llegar se ha metido en la cama. Por un momento casi se pone a teclear, pero los ojos se le cerraban. En ese desequilibrio se ha dejado vencer y se ha tumbado sobre la cama para mirar el techo de chapa de la casa-chabola. Che y yo le miramos desde nuestro colchón de gomaespuma y suspiramos pensando en estos días locos y complejos que todos hemos vivido. El corazón de Javi rezuma fuerza y emociones, al igual que el nuestro. Se ha olvidado de echarse el spray anti-mosquitos y así le sobrevuelan al acecho para picarle los brazos y los sueños.



Día 174

(Calor de tormenta)

Javi se ha ido a trabajar con los humanos especiales y después de tantas emociones casi nos ha resultado extraño. Nos ha dejado sueltas en la pradera, sin cadena ni valla que nos sujete o nos separe. Hemos aprovechado así para merodear por los campos de flores y por caminos que los bordean, aunque el calor del mediodía nos ha hecho volver a la sombra agradable que nace debajo del camión. Allí nos ha encontrado Javi dormidas al regresar por la tarde, antes de subirse sobre la bicicleta y marcharse por la gran carretera hacia arriba. Como Che y yo le seguíamos inconscientes ha terminado, esta vez sí, por atarnos con la cadena, volviendo un rato después cargado de bolsas y con los ojos destellando brillos.

Luego ha estado montando a Pepe mientras la luz del sol declinaba y coloreaba las nubes. El calor del día las ha ido formando y parecían enormes barcos blancos surcando el cielo infinito. El aire venía cargado de humedad y mojaba levemente la hierba y la piel. Esta noche parece que va a haber un nuevo concilio y se decidirá en asamblea la tormenta.

Como Javi parecía cansado nos hemos metido pronto en la casa-chabola, hemos cenado, y nos hemos tumbado, Javi a teclear y a leer y nosotras a dormitar sobre el colchón de gomaespuma. Hay muchos mosquitos y Javi ha encendido una espiral de incienso que los atonta y los mata. Ahora acaba de prender el ventilador porque el sudor corre por su frente y va a sentarse en la puerta a fumarse un cigarro. Suena un trueno y un relámpago ilumina el cielo oscuro. La asamblea ya ha decidido; el concilio es unánime. Y ya manda una lluvia intensa.



Día 175

(Continuidad)

Afortunadamente todo ha salido bien. Las dificultades aflojan. Los puentes resisten y las fuentes del porvenir continúan manando sustancias y esperanzas. Contamos con el mejor cobijo: la pradera; y la mejor compañía: la naturaleza y un cordón de gente buena que empieza a distinguir con precisión nuestras intenciones y la luz que hemos traído para compartir.

Murió el ganso mayor y hoy Javi ha caído que falta uno de los patos. No debe preocuparse porque está criando como el resto en uno de los campos contiguos, en el de los huesos. Todos los animales se encuentran bien. Hay siete gansos que van para adultos, a los que empiezan a crecerles las alas, fuera ya del alcance de las ratas y sus ansias de carne. Pronto nacerán los patitos y las gallinas incubarán sus pollos; entonces una nueva batalla se dará. Los caballos están hermosos, al igual que los burros, porque no les falta ni pasto ni cuidados, y el pony, a régimen desde hace unas semanas, ha conseguido reducir su enorme panza y camina con orgullo su nueva condición. El pavo sigue a lo suyo y los animales extraños que viven bajo la montaña de pales han reaparecido por las tardes. Los pájaros de colores apenas pasan tiempo en la pradera, lo mismo que los que cazan. Por las noches se ven menos luciérnagas y por ello las estrellas distantes brillan más. Hay otros muchos seres que nos visitan. Javi anoche descubrió una gran araña a los pies de su cama. Tenía muchos pelos y unos ojos enormes. Al principio se asustó y tuvo miedo, pero poco después la subía sobre su mano para contemplarla, dejándola en los alrededores de la casa con suavidad. El tiempo da otra vuelta recolocando sus entretelas sobre todo aquello que nos rodea. Javi teclea más que nunca; Che y yo estamos felices; también Negro. La nostalgia a veces nos sorprende en un despiste o es el corazón el que fluye sentimientos imposibles

Javi también ha ido hoy a trabajar. No ha parado de llover ni un segundo en todo el día, hasta que la pradera se ha llenado de charcos y barro y un silencio borroso. Suena el teclear de Javi junto a las gotas y las ramas que rozan el techo de chapa de nuestra casa-chabola cuando alzo una oreja desde el colchón de gomaespuma. Tiene el rostro vivo, como tratara de crear con él un mundo nuevo.



Día 176

(Javi pierde las llaves)

Pocas veces sabemos cómo se nos viene la mala actitud. A veces somos nosotros quienes la generamos y otras nos la brindan en bandeja acontecimientos y seres. Un pequeño despiste puede alterar el universo entero. Che Lokita es una luna y yo soy otra girando alrededor de un planeta tan maravilloso como contaminado.

Javi se ha ido a trabajar con legañas en los ojos y un cansancio prematuro. No había nada para desayunar, el barro ha saltado por encima de la puerta y aun con las botas de agua le ha sido complicado salir. El día ha pasado rápido debajo del camión. La lluvia caía a intervalos y los gansos y los patos son los únicos que lo disfrutaban. Negro no se ha movido ni un momento del interior de su caseta, que compartía con las gallinas el gallo y hasta el pavo. Los caballos , los burros y el pony se han metido ellos solos a las cuadras buscando refugio y los pájaros de colores han regresado seguramente para cambiar de lugar sus nidos invisibles.

Al mediodía un humano joven ha saltado el portón de la entrada y se ha acercado a la casa chabola. Su aspecto parecía frágil y confuso y ha estado dando palmas para ver si había alguien para atenderle. Ha estado fisgoneando todo mientras Negro Che y yo ladrábamos con todas nuestras fuerzas llamando a Javi para que acudiera. Como no lo ha hecho y el humano continuaba allí nos hemos pasado ladrando varias horas.

Una humana que trabaja con Javi y que andaba por el camino que bordea la pradera le ha preguntado quién era y qué hacía allí. El humano por lo visto preguntaba por los animales y por quién los cuidaba. Javi ha regresado al rato, justo cuando comenzaba de nuevo a llover, y para darse cuenta que el humano había abierto el palé con el que Javi pasa por la valla al trabajo cada día y los caballos, los burros y el pony se han escapado y corrían por la hierba cerca del centro. Javi enfadado, ha increpado al humano, le ha preguntado qué hacía allí, por qué había entrado hasta la casa-chabola, y después se ha quedado para abrir la valla. El humano ha pestañeado como si no entendiera el por qué del enfado de Javi y se ha ofrecido para ayudarle a traer de nuevo a los animales. Han estado así corriendo detrás de los caballos y los burros hasta que han logrado que regresen a la pradera. Después han estado hablando un rato sentados en el banco de la puerta de la casa-chabola. Al final Javi y él han hecho muy buenas migas y se han dado los teléfonos. Hay una rama de humildad y bondad en ese humano extraño, como también de riesgo y mordedura.

Cuando ya se marchaba Javi se ha dado cuenta de que había perdido las llaves mientras corría por el pasto detrás de los caballos. Ha estado a punto de dar un grito y arrancarse los pelos. En vez de eso se ha reído. Si pudiera oler como nosotras sabría que este humano es lo que los perros llamamos un atractor extraño, es decir que atrae la mala suerte por su pesimismo. Con todo Javi se lo ha tomado bastante bien. Ha estado buscando las llaves durante horas pero con el pasto llegándole hasta la cintura ha sido imposible. Menos mal que tenía en la mochila una copia del candado de la casa-chabola y hemos podido entrar.

Habíamos perdido casi toda la tarde y empapado Javi nos ha soltado de la cadena, cuando la noche comenzaba a extenderse por el cielo y la lluvia arreciaba.

Ahora Che y yo tenemos un principio de afonía de tantos ladridos y Javi ha vuelto a resfriarse. No tenemos nada de comer y continúa lloviendo a mares. La casa-chabola se ha llenado de barro y los mosquitos ven como el mejor cobijo este techo de metal, superpoblándolo. Desde luego que no ha sido el mejor día, pero no echemos la culpa de todo a este humano que mi nariz me dice volveremos a ver. Javi ahora teclea con un vaso de whisky con coca-cola en la mano y nosotras dormitamos sobre el colchón de gomaespuma. Da una calada a un pucho. Brillan sus ojos; sonríe.



Día 177

(El buen humor)

Después de otra mañana de lluvia en la que el agua encharcada casi alcanza los bajos del camión, por fin el cielo ha comenzado a abrirse y ha salido tímidamente el sol. La temperatura ha comenzado a subir y han llegado a la pradera millones de insectos. Las hormigas creaban nuevas avenidas con paradas y gasolineras y los escarabajos hacían pelotas con las postas de excrementos recientes de los caballos. Una nueva colección de moras relucían en las ramas de los árboles y los árboles inconmensurables ofrecían decenas de huecos llenos de agua que servían como bebedero a los pájaros.

Javi ha regresado de muy buen humor del trabajo, acariciándonos las orejas y haciéndonos cosquillas, y se ha ido de inmediato sobre la bicicleta por la gran carretera hacia arriba. Al volver venía cargado con bolsas de comida y nos ha puesto de comer abundantemente. Luego ha estado montando a Pepe y haciendo pendientes de conchas y lapiceros como los que hacía allá en nuestra tierra. La luz del sol intensificaba el verde de la pradera y de las hojas lográndolas crecer por instantes. Con el atardecer se ha puesto a teclear mientras nosotras y Negro corríamos libres y jugábamos a perseguirnos y a morder palos. Luego nos hemos quedado los tres dormidos en la puerta de la casa chabola.

Cuando las estrellas distantes ha empezado a poblar el cielo nocturno Javi se ha echado sobre la tela colgada entre los árboles y ha estado fumándose un pitillo de yerba, sonriendo y riéndose de nosotras, que tratábamos de cazar varias ratas sin conseguirlo. Después ha seguido tecleando un rato y se ha preparado una rica cena con pasta rellena de queso y unos huevos encebollados. El estado de ánimo de Javi estaba cargado de energía y le brillaban mucho los ojos, eso nos hacía estar tranquilas y contentas y por eso le íbamos todo el tiempo a lamer sus manos. Antes de dormir ha salido afuera a fumarse un último cigarro y enviar con el pensamiento su optimismo a cada constelación de estrellas distantes que recordaba. Los mosquitos volaban por el techo de la casa-chabola.

Ahora que puedo oler sus sueños, entiendo que camina por las calles de la ciudad en la que creció, una ciudad pequeña pero henchida de ilusiones y expectativas. Yo voy a su lado y también Che. Llegamos a un parque donde solíamos ir a pasar el rato y a juntarnos con sus amigos humanos. Y allí nos esperan, sentados en círculo como si nunca nos hubiéramos marchado, y existiera un reverso de las circunstancias, una realidad paralela y vivida que nos llevara por otras sendas sinuosas.

Día 178

(Se viene el calor)

Anoche los mosquitos llamaban a la puerta de nuestra casa-chabola. El viento que normalmente sopla se detuvo y con la calma llegó una humedad pegajosa, que nos hacía sudar. Javi tuvo que encender el ventilador y nos mandó por encima el mismo spray que se echa él. La madrugada ha sido un alivio y la mañana un infierno. Javi hoy no se ha calentado la leche y nosotras nada más salir por la puerta nos hemos tumbado jadeando un una sombra.

Cuando Javi se ha ido a trabajar sorpresivamente no nos ha atado debajo del camión a ninguna de las dos. Es como si supiera que con este calor no íbamos a hacer demasiadas excursiones y escapadas. No se equivocaba.

A su regreso, por la tarde, ha llenado con la manguera el estanque de los gansos y Che y yo hemos corrido a meternos. Los charcos de estos últimos días de lluvia se han secado enseguida y el barro ha retrocedido como si hubiera perdido la guerra con el polvo. Se ha puesto a teclear sentado en el banco de la puerta y las gotas de sudor caían por su frente. No hemos parado de beber agua y aún así la sed apretaba nuestras gargantas. Nos ha salvado que en el atardecer ha comenzado de nuevo a correr una ligera brisa que ha ido aumentando y ha permanecido hasta la noche.

Ahora otra vez ha parado y la humedad ha vuelto a posarse sobre la pradera. Las estrellas distantes titilan en su propia luz y se descomponen en nuestra mirada. Javi cierra la cortina y echa el tranco de dentro. Enciende el ventilador y se desnuda, pero antes de acostarse se vuelve a mirar alerta. Miles de mosquitos llaman de nuevo a nuestra puerta. Entonces se echa spray sobre la piel y nos manda un poco a nosotras. Nos mira sonriendo. Che bosteza inconsciente, como si la cosa no fuera con ella. Tranquila, me dice con la mirada. Pronto nos acostumbraremos.



Día 179

(El pony se enferma)

Javi se ha levantado hoy más tarde de lo habitual. No ha ido a trabajar pero no ha descansado ni un minuto. Che y yo andábamos perezosas, aunque él rápido nos ha espabilado para sacudir y lavar las telas que cubren nuestro colchón de gomaespuma. Luego en tanto Che y yo nos situábamos debajo el camión aguardando la cadena, Javi ha limpiado y barrido a fondo la casa-chabola, incluso los alrededores y ha dado un repaso a las cuadras. También ha hecho dos coladas, con su ropa y con las sábanas de la cama, ha limpiado el polvo, ha fregado los cacharros sucios, la bicicleta y cuando ha terminado se ha fumado un pitillo balanceándose sobre la tela colgada entre los árboles. Después se ha duchado y se ha afeitado. Yo me he acercado sola hasta los campos de flores y un niño pequeñito me ha regalado un trozo de carne con el que he vuelto en la boca. Che se ha perdido el suyo por quedarse dormitando a la sombra.

Al volver he visto que Javi andaba mirando al pony pues llevaba todo el día pegado a la casa-chabola sin moverse de allí. Tiene una herido muy fea en los testículos, parece infectada y Javi se la ha estado curando y lavando con agua y jabón. Creo que ha llamado a los dueños para que se acerquen, porque un rato más tarde han venido en una camioneta, con dos sacos, uno de avena y otro de maíz. Antes, cuando estaban los cachorros de perro que corren como el viento, venían todas las semanas a traerlos comida, pero desde que se los llevaron apenas lo hacen, y sé que Javi se enfada porque siempre tiene que estar llamándolos y pidiéndoles las cosas que tienen en acuerdo. Igualmente es eso por lo que Negro muchas veces está triste, porque son sus dueños y no le dan bola. Con gestos de preocupación falsa han examinado al pony y han asegurado volver en un rato con antibiótico y un saco de comida para nosotras, pero no lo han hecho y el pobre pony sigue pegado a la casa-chabola, esperando que alguien le ayude.

La tarde se ha marchado y con lentitud ha llegado la noche. Javi ha estado tecleando unas horas mientras Che y yo probábamos nuestros respectivos colchones de gomaespuma con las telas limpias y suaves. Sus ojos brillaban con fuerza y al acabar ha salido a fumarse un cigarro y contemplar las estrellas distantes. Parecía contento después del esfuerzo, aunque a veces aquello que teclea se le queda adherido al corazón y le duele. Un rato más tarde se vestía y se ponía perfume. El humano que vivía con nosotros en el sitio de los perros ha llegado para buscarle y se han marchado en un coche dejándonos atadas bajo el camión con la cadena.

Ahora le veo llegar por el portón de la entrada y por su caminar sé que está borracho. Viene cantando y dando palmas tomado de amanecer y sol naciente. Nos desata, juega corriendo con nosotras, orina en medio de la pradera saludando a los árboles inconmensurables, va a comprobar cómo se encuentra el pony e inmediatamente se echa a la cama olvidándose de cerrar la puerta, de nosotras y de sí mismo, menos mal que los mosquitos a estas horas tienen su descanso, pues si no se lo comerían. Completamente vestido, respira como si tuviera prisa en dormir.

Día 180

(Subjetividad)

Huelo el rastro de una rata. Lo sigo y llego a su agujero. Una buena estrategia es esperar, pero sé que es difícil, pues más allá de la valla tienen otras salidas que intuyen sin vigilancia. Hace un rato han debido pasar por aquí varios perros. Hay tres orines diferentes y no son de los vecinos. Estos perros son peligrosos porque hacen manada y si entran en la pradera (Negro suele encargarse de asustarlos con su tamaño y sus ladridos) pueden atacar a los bichitos que habitan en ella y matar alguno. Che tiene menos olfato que yo o tal vez no lo ha instruido como debiera. Yo la enseño pero a veces es muy vaga y prefiere corretear y escarbar el suelo o morder palos y ramas. Un pájaro se posa ante mí a unos metros; se ha confiado. Yo hago disimuladamente que me estiro aunque en verdad me coloco en posición de alerta. Doblo mis patas traseras y levanto las orejas. Muy rápido salto hacia el pájaro y a punto estoy de atraparlo. Los pájaros aquí son más desconfiados que en mi tierra, tal vez porque hay más perros vagabundeando por las calles y con más hambre. Ahora me revuelco encima de un cadáver de quiz, me impregno de su olor para a ver si un poco más tarde me puedo acercar lo suficiente a sus guaridas y cazar uno. A ver si a Javi no le da por bañarme y me fastidia el plan. Me gusta restregarme asimismo sobre la mierda de los caballos y sobre la hierba, pero ya no suelo hacerlo porque eso Javi lo nota enseguida y atándome con la cadena, saca el jabón y enciende la manguera. Percibo otro rastro y esta vez es de iguana. Las iguanas son prácticamente invisibles y vienen hasta aquí por las noches para robar los huevos de los patos y las gallinas. El rastro se pierde por el canal que pasa por debajo de la gran carretera. Alguna vez tengo que ir por allí y pasar a ver lo que hay al otro lado. Desde hace alrededor de una semana tengo menos pulgas. El líquido que nos echa Javi es muy molesto y oloroso pero a los días comienza a hacer efecto y las pulgas y las garrapatas nos rehúyen como si de pronto nos tuvieran miedo. Voy a acercarme a chupar la mano de Javi. Cuelga de la tela colgada entre los árboles. Se ha pasado ahí tumbado casi todo el día. Se ha levantado casi al mediodía y se ha ido sobre la bicicleta por la gran carretera hacia arriba. Ha vuelto muy rápido y parecía mareado y colmado de sol. Hoy está apretando. Le chupo y se asusta, pero sonríe. Me encanta que me acaricie la cabeza y me diga cosas bonitas poniendo voces. A Che le da envidia y se acerca también. Yo ya no tengo envidia de Che porque soy muy buena hermana mayor. Con todo lo que nos pasa y a pesar de los problemas que vienen estoy muy feliz. Porque estoy con Javi y él se desvive por darme toda su atención y cariño.



Día 181

(Domingo Argentino)

Los domingos aquí está todo cerrado. Hoy he olido los pensamientos de Javi y he podido recoger la línea humana que los traza. Los domingos se descansa, aunque Javi los trabaja alternos. Casi ni hay vehículos colectivos, ni sitios donde comprar comida. Sólo los restaurantes humanos abren un rato al mediodía y hay sitios de encargo que te llevan lo que pidas a tu casa. Los humanos se reúnen en familia o alquilan un peli para tumbarse en un sillón. Se recuperan de la joda de la noche pasada o se acercan al parque para jugar con sus cachorros. Preparan un asado o unos raviolis y comen hasta reventar. Se preparan para una nueva semana de laburo y descansan esas últimas horas. Sólo los jóvenes pasean y lucen sus mejores trajes. Son metódicos y pragmáticos, con unas costumbres inflexibles que en pocas ocasiones rompen; tal vez para ir a la cancha a ver a su equipo o para meterse bajo las sábanas a coger.

Javi en cambio no sigue estas rutinas. Hoy no ha ido a trabajar pero no se ha dado descanso. Quizá el hecho de hacerlo todo el día de ayer ha contribuido. Se ha puesto a teclear desde muy temprano y al mediodía ha marchado a comprar algo de comer. Por la tarde ha estado fabricando pendientes y pulseras, sentado en un banco en mitad de la pradera, con sus herramientas, mientras Che y yo hacíamos una excursión a los campos contiguos o dormitábamos a la sombra. Ha hecho muy buena temperatura. El sol calentaba lo suyo pero soplaba la brisa fresca del sur limpiando el aire y mitigando el calor. Con el atardecer nos hemos metido en la casa-chabola y hemos cenado. Javi se ponía de nuevo a teclear y nosotras nos tumbábamos en el colchón, comenzando a la vez la batalla casi cotidiana contra los mosquitos.

Ahora Javi ha salido un momento fuera y Che y yo aprovechamos para estirar las piernas y orinar. Las estrellas distantes brillan con fuerza en el cielo y nuestros ojos también lo hacen. La pradera permanece tranquila y todos los animales descansas en sus distintos refugios y cuadras. La noche está hermosa. Javi desata a Negro y nos vamos a pasear.



Día 182

(La plata)

Por qué el mundo humano está tan ensuciado de dinero, por qué cada paso, acción o sueño suyo tiene que estar supeditado a este ente, al que en esta tierra denominan plata cuando es simple papel que el agua moja y emborrona. Los humanos se pasan la vida subyugados por ella y viven así para conseguirla. Con ella compran comida y comodidades en vez de fabricarla ellos mismos. Algunos incluso, y estos resulta lo más inconcebible, especulan con ella, la invierten, y a costa de la ruina o la pérdida de otros, se forran abriendo abismos inmensos entre los unos y los otros, algo que llaman desigualdad y nadie se atreve a resolver aunque sería relativamente sencillo si se decidieran a suprimir el dinero. Los perros, y en general los animales, serían desde una concepción humana, y en este sentido, seres libertarios. Alguna vez nos puedes ver intercambiar un hueso pero es muy difícil y lo que verdaderamente nos representa es que cada cual nos buscamos la vida como podemos, si estamos en un ambiente al menos de semi-libertad, pues los perros que simplemente esperan en sus casas y camastros a que su dueño les echen unos puñados de pienso o carne y a dar dos veces al día el paseo de rigor están vendidos, son una especie perrumanos, pero con la capacidad interna y fundamental de que si sus circunstancias fueran distintas y estuvieran en la calle sin duda se adaptarían.

Todo bicho viviente posee un instinto revolucionario en su interior y es el llamado instinto de supervivencia. Dentro, en lo emocional, todos somos libres. Es en nuestros actos donde nos ligamos a normas o costumbres. La plata para los humanos ha traspasado las culturas y ha recorrido el mundo entero. Ahora se ha convertido en un dios sin control que los desespera sin piedad. La gente muere de hambre por no tenerlo cuando a sus pies hay una tierra rica que podría alimentarles. Es ciertas cuestiones el mundo humano es absurdo.

Hoy Javi se ha levantado como cada día para trabajar con los humanos especiales para ganar un poco de plata. Con ella por la tarde se ha ido sobre la gran bicicleta por la gran carretera hacia arriba y ha regresado con los ojos brillantes y con una bolsa llena de comida. Pero al volver a la pradera ha estado reuniendo los huevos de las gallinas, ha alimentado con maíz a los gansos y a los patos, ha montado a Pepe y ha echado avena a los burros. Luego ha estado curando al pony con agua y jabón y más tarde se ha dado un paseo con nosotras y con Negro. Esta otra realidad que vive y que liga o ciñe al ritmo de la otra le permite romper parte de las cadenas. Huelo como experimenta esta rotura y y él también lo huele, pues su nariz se va adiestrando para ello. Sus miedos adquiridos han ido diluyéndose y por ello ahora es capaz de dejarnos desatadas y confiar abiertamente en nosotras. Y nosotras no somos perfectas, como tampoco lo es él, y a veces erramos. Pero dicen que errar es humano; y también fundamental para un perro.