eSte Es uN EsPAcio rEduCiDo De lIBertaD cReaTiva y EspeRanZa aL TrAn...

sin ninguna referencia de ná

La fría angustia que emerge detrás de las cortinas del aire, se puede solventar con un chorro de inteligencia buena y el calor, que nace de los estímulos incandescentes de la vida, en el proceso infinito del vagar de las estrellas.

La candela puede comprender tus manos aprendiendo un oficio imaginable, y sentir (claro que se puede sentir) sentir con claridad todo aquello que haces y permutas y escoges y clamas y reinventas a partir de los elementos que te envuelven –en el ruido cotidiano del reloj- entre la brisa que lleva mariposas amargas y silencios acompasados, y esas lucecitas y también sombras.

Si a tu corazón le gusta asomarse a los abismos –como las miradillas que abandonan la seguridad de los portales- no te pienses primo/a que te encuentras ahí sólo/a. Recuerda que existe un cielo y un sueño y una tierra colmada de inciertos desafíos; y en mitad está tu mente, y todo aquello que genera: tus actos o tu indolencia…

Tu mente y la razón que ciñe todos los universos ajenos.

martes, 1 de febrero de 2011

historias acabadas

YOITÚ

TÚIYO

Y POR SUPUESTO ÉL

A Margarita y Jesús

Por todo... por nada... por el amor... por el tiempo dedicado...

por hacerme completamente feliz.

El dolor producido por una pasión con obstáculos,

y sobre todo con obstáculos oscuros e inexplicables,

es siempre causa suficiente para que el hombre

más sensato piense, sienta y actúe como un enajenado.

Ernesto Sabato, Sobre héroes y tumbas (vol II).

Aprieta un corazón

invisible, ¿le veis?

Un corazón

reflejado en el viento

F. G. Lorca, Poema de cante jondo (conjuro)

Erase una vez una ciudad y un barrio y una casita verde con un camino chiquitito hasta la puerta, y una ventana enorme y un balcón hacia el atardecer, y un tejado con chimenea y nido, y un canalón lleno de hojas de un árbol mágico que proporcionaba sombra y frutos.

En ella vivían Yoitú, Túiyo y Él. Y por momentos se escuchaban sus risas sus llantos sus gritos sus caricias sus quehaceres... Y sentían al mundo entero cómplice de su situación humana.

Yoitú tenía un grito de silencio en las palabras, una especie de pacto con la muerte, una corona de espinas desamor, el crisol que deslumbra a otros ojos, un mar rompiendo acantilados, la moneda invisible de la fortuna, un cuerpo de diosa o de estrella grávida, linda y rotunda de carácter, ciega de empatías nacientes, mágica y primitiva y humilde... humana y prácticamente de cristal.

Túiyo se enamoró de ella. Y a veces se impacientaba.

A Túiyo y a Yoitú les gustaba bailar en sueños, pero todavía más al despertar.

Túiyo susurraba ternuras a Yoitú cada amanecer, pasando una de sus manos por su vientre, acariciando la grieta de la vida. Yoitú, muerta de cansancio, recorría aún paisajes oníricos de bosques y playas.

Túiyo formulaba entonces un conjuro de caricias y besos, y Yoitú respondía con la tempestad de sus recuerdos quietos.

Y podían pasar así varias semanas de ausencia. Sin embargo a Túiyo y a Yoitú les gustaba bailar en sueños, pero todavía más al despertar.

Una noche, Yoitú rompió a llorar. Y Túiyo dijo: ¡Al fin!...

Al día siguiente, sin haber hablado de motivos, sin entender uno las lágrimas, y otra la sentencia, se fueron de excursión al mundo, y fueron felices varios instantes de nubes como rostros, de peces de colores en las fuentes, y de esquinas y sueños y ubicuidad.

Túiyo asumía la manía de decir tequiero a Yoitú. Y Yoitú pensaba a veces que debía responder con palabras para que Túiyo no se sintiera mal. Pero se equivocaba.

Por otro lado, Yoitú abrigaba la manía de interpretar todo esto como una inseguridad de Túiyo. Y Túiyo pensaba a veces que en la relación con Yoitú había un desnivel. Y también se equivocaba.

Túiyo se compró un caleidoscopio de cristales, por el que materializaba sus sueños al girar.

A la derecha: el azul fundía con el rojo y el negro para emprender una senda hacia el atardecer; a la izquierda, una alianza de amarillo y verde encendía una luna triste sobre un mar futuro y entusiasta.

La dirección no importaba a partir del tercer giro. En medio del caos y la espiral, Yoitú gobernaba el caleidoscopio.

Un buen día Yoitú vino con Él, y Túiyo comprendió enseguida el misterio de la amistad y el amor invariable.

Así, Túiyo se dedicó a aprender de ambos; y a cambio les pagaba con su vida...

el reloj y sus ojos.

Yoitú desnuda era una sensación oceánica eterna. Túiyo lo intuía; y le encantaba acariciar el oleaje de sus ojos apretando su cuerpo de espuma.

Túiyo se desesperaba cuando Yoitú se convertía en isla de soledad y angustia, de miedo oscuro y garras inexpresivas. Pero al tiempo entendía la metamorfosis, y acudía a la isla-Yoitú para sentir la tempestad del recuerdo, para ser brisa entre palmeras, para jugar con Él y los cangrejos y las caracolas y ya está.

Ciertos atardeceres, Túiyo iba a buscar a Yoitú a la salida del trabajo. Y lo que más le gustaba era esperar en distintos lugares para sorprenderla.

Por ello, los días que no podía acudir, Túiyo se imaginaba a Yoitú mirando a todas partes, convencida que en cualquier esquina asomaría un abrazo de viento.

A Yoitú había días que le molestaba cualquier actividad de Túiyo. Rechazaba sus caricias, guardándose sus besos; era tan inflexible que su rostro se convertía en piedra.

Túiyo no podía evitar sentirse implicado en el proceso, y caía en un abismo de rechazos verdes, como pesadillas, y se quedaba inmóvil, como un animalillo en mitad de la carretera que embelesado por las luces de la muerte sonreía sin intuición.

Ciertas veces, Túiyo necesitaba a Yoitú más que nunca. Pero Yoitú, perdida en su egoísmo inconsciente, le decía que no fuera tan niño.

Luego Yoitú, aunque de otro modo, también necesitaba a Túiyo más que nunca ciertas veces. Sin embargo Túiyo sólo creía en el amor, y se comportaba como un niño para saciar el hueco ajeno con saliva.

Él era el ojito derecho de Yoitú. Y Túiyo intuía que nunca sería el izquierdo (pero frecuentaba la magia de buscar imposibles...).

Luego sus ojos estaban al servicio de Yoitú y Él. Y aquí sí que encontraba un sentido humano: el de sentirse fuera de sí.

Túiyo solía decirle a su corazón: una cosa es que me muera por ver a Yoitú cada día y otra que me mate con su ausencia...

Su corazón siempre alegaba: suicidio mejor que asesinato...

Y Túiyo se sonreía.

Cada vez que se despedían ya se estaban echando en falta.

Y en las noches se buscaban por agujeritos de sueños rojos... y en los días empeñaban minutos para reencontrarse. Túiyo loquito por Yoitú; Yoitú con su ¡adió-adió!

Túiyo tenía un extrañísimo defecto, que consistía en mezclar sus ilusiones con las de Yoitú.

Así, después de asistir al naufragio de una esperanza de Yoitú, se lanzaba al mar lleno de rabia para recuperar uno a uno los añicos sobrevivientes.

Y se pasaba las noches en vela construyendo sendas esquivas y artefactos de optimismo. Hasta que un buen día quedaba con Yoitú a tomar café, y le regalaba, envuelto en papeles y augurios, un nuevo sueño mejorado tan humilde como el anterior.

Él, garrotín con cubo y pala, coches y pelota, tobogán y bicicleta, fue integrando en sus juegos a Túiyo, ante el asombro conmovedor de una Yoitú sonriente.

Yoitú mantenía el sueño de ambientar el mundo con su risa sus ojos sus labios su andar su existir. Y subía al escenario de las circunstancias con su traje de luna nerviosa, arrinconando el terror y la quietud, contribuyendo con imprudencia a los atardeceres felices en busca del aplauso sencillo del sol.

Túiyo, escondido entre el público de la realidad, chiflaba lleno de orgullo, porque el sueño de Yoitú pasaba por su amor y su respeto.

En ocasiones Yoitú y Túiyo se abrazaban para morirse el uno contra el otro con la vida que su abrazo generaba.

En un andén de lluvia y soledades, Yoitú quiso huir de un pasado que gobernaba su ahora.

El tren se acercaba y Yoitú y Él gritaban en silencio.

Pero entonces Túiyo: viento-latido-voz, se descolgó del aire que camina, abrazó el alma de Yoitú, y volcó el tren de la fuga con un soplido que hizo reír a Él.

Conscientes (Yoitú y Túiyo) de que el amor es momentáneamente eterno, se lo juraron a los pies de la lluvia y las piedras de un rincón del tiempo y del mundo y de la realidad.

Luego se pusieron a cumplir.

Y desde entonces... Yoitúiyo Túiyoitú y por supuesto Él.